"Para que una hija pueda a su madre querer, es necesario que ésta sepa llorar con ella, que con ella comparta sus penas y dolores. ¡Oh dulce Reina mía!, cuántas y amargas lágrimas lloraste en el destierro para ganar mi corazón, ¡oh Reina! Meditando tu vida tal como describe el Evangelio, yo me atrevo a mirarte y hasta a acercarme a ti. No me cuesta creer que soy tu hija, cuando veo que mueres, cuando veo que sufres como yo".