No se sabe el día exacto del año 1584 en el que Margarita Ball pasó desde este mundo al Padre. Pero como el día de hoy fue el martirio del Beato Dermicio O'Hurley, y este santo obispo encabeza el grupo de mártires irlandeses beatificados el 27 de septiembre de 1992, en el que está incluida Margarita, el Martirologio romano inscribe su memoria en esta fecha.
Margarita Bermingham nació hacia el año 1515, poco más o menos, hija de Nicolás Bermingham de Corballis, en la baronía de Skreen, condado de Meath, en Irlanda, y de su esposa Catalina, hija de Richard de La Hide, de Drogheda. En 1530, con unos quince años, se casó con Bartolomé Ball, natural de Balrothery, en el condado de Dublin, que fue «bailiff» (alguacil) de Dublin entre octubre de 1541 y octubre de 1542 y «mayor» de la ciudad entre 1553 y 1554. Bartolomé Ball murió al cabo de 38 años de matrimonio, en los cuales tuvo con Margarita nada menos que veinte hijos, pero de los cuales solamente sobrevivieron cinco, tres varones y dos mujeres.
Cuando en 1568 quedó viuda, Margarita pensó emplear su tiempo en alguna buena obra, y así ella, una respetable señora de Dublin, decidió abrir en su casa una escuela donde ofrecer educación y formación a los niños y jóvenes procedentes de familias católicas, las cuales, muy pronto, le mandaron alumnos de todos los rincones del país. La instrucción, la buena educación y la piedad que ella les transmitía acreditaron a los ojos de los padres y de los propios jóvenes la institución de Margarita. A su vez no tenía inconvenientes, corriendo riesgos, en acoger sacerdotes católicos en su casa, pero a finales de los años 1570 fue denunciada y, registrada la vivienda, hallaron a un sacerdote diciendo misa, por lo que Margarita fue a parar a la cárcel, de la que salió pronto con la ayuda de dinero y de algunas personas influyentes. Pero no salió escarmentada, pues continuó su labor educativa y apostólica.
El problema lo tuvo en su propia familia: cuatro de sus hijos siguieron siendo católicos, pero el mayor, Walter, era un protestante decidido y llevaba a mal las amonestaciones de su madre para que se hiciera católico. La cosa se agrió al extremo en que Walter arrestó a su propia madre, la llevó por las calles de la ciudad en un zarzo y la metió en prisión. Seguramente se la acusó de recusar el «Acta de uniformidad». El hecho es que permaneció en la cárcel, donde padeció tanto que su salud se resquebrajó y vino a morir en ella.