Probablemente hacia 1293, algunas mujeres de Citta-di-Castello, en la Umbría, encontraron en su parroquia a una cieguecita de seis o siete años, que había sido abandonada allí. Compadecidas de la pobre niña, las mujeres, que no eran ciertamente ricas, le ofrecieron hospitalidad por turno, de suerte que la chiquilla se convirtió, prácticamente, en hija adoptiva del pueblo. Las caritativas mujeres estuvieron de acuerdo en declarar, más tarde que Margarita, lejos de ser una carga, había sido una fuente de bendiciones para sus bienhechoras. Algunos años después, las monjas de un convento de la localidad se ofrecieron a guardar a la joven, quien se regocijó mucho ante la perspectiva de vivir con las religiosas; pero su alegría duró muy poco, pues se trataba de una comunidad relajada y mundana. El fervor de Margarita era un constante reproche para las religiosas y éstas no habían conseguido las limosnas que esperaban por alojar a la huérfana. Las religiosas, que al principio habían simplemente ignorado a Margarita, empezaron después a perseguirla y llegaron hasta a calumniarla; la joven, cubierta de ignominia, tuvo que volver al mundo.
Pero sus antiguos amigos no la abandonaron. Un matrimonio le ofreció una casita, donde la beata vivió desde entonces. A los quince años, Margarita recibió el hábito de terciaria de Santo Domingo, pues los dominicos se habían establecido recientemente en Citta-di-Castello y, a partir de ese momento, se consagró totalmente al Señor. Dios la bendijo en la misma medida. Margarita curó a otra terciaria de una enfermedad de los ojos, contra la cual los médicos se habían declarado impotentes. Con su manto apagó un incendió en la casa de sus protectores. Deseosa de mostrar su gratitud a sus bienhechores de Citta-di-Castello, la beata se dedicó a cuidar a los niños, en tanto que los padres trabajaban. La escuelita de la beata prosperó, ya que su sencillez la ayudaba a entenderse perfectamente con los niños. Los hacía ejecutar pequeños trabajos, en los que ella misma participaba; los instruía en sus deberes para con Dios y para con el prójimo, los hacía amar al Niño Jesús y les enseñaba los salmos, que había aprendido de memoria en el convento, a pesar de su ceguera. Se cuenta que, cuando estaba en oración, se elevaba frecuentemente un palmo del suelo y permanecía así largo tiempo. Así vivió, ignorada de todos, excepto de sus más próximos vecinos, hasta los treinta y tres años. A esa edad murió, rodeada por sus amigos, quienes consiguieron que fuese sepultada en la iglesia parroquial. En su tumba se obraron muchos milagros. El culto de la beata Margarita fue confirmado en 1609 para Citta-di-Castello, y en 1675 fue extendido a toda la orden dominicana.
El principal documento que poseemos sobre Margarita es un resumen de su vida, escrito en el siglo XIV; se encuentra en Analecta Bollandiana, vol. XIX (1900), pp. 21-36. Ver también Acta Sanctorum, abril, vol. II; Procter, Dominican Saints, pp. 90-93; y Ganay, Les Bienheureuses Dominicaines. Es probable que la nota entusiasta que dedica el franciscano Ubertino di Casale en Arbor Vitae a una mística de Citta-di-Castello se refiera a la beata Margarita. W. R. Bonniwell publicó en 1952, en los Estados Unidos, una interesante biografía de tipo popular, titulada The Story of Margaret of Metola, que se basa en una biografía descubierta por el autor y difiere en algunos detalles de nuestra narración. Cf. Analecta Bollandiana, vol. LXX (1952), p. 456.