Nacida el 24 de octubre de 1880 en Italia (en San Gregorio, pueblito de los Abruzzos, no lejano de la ciudad de L'Aquila), Sor María Ludovica De Angelis, con su llegada, primera de ocho, había colmado de alegría a sus padres quienes en la misma tarde del día del nacimiento, en la fuente bautismal, habían elegido, para su primogénita, el nombre de Antonina. Con el correr de los años, en contacto con la naturaleza y la dura vida del campo, la niña, crecida límpida, abierta, trabajadora y ricamente sensible, se había transformado en una joven fuerte y al mismo tiempo, delicada, activa y reservada, como toda la gente de aquella espléndida tierra.
El 7 de diciembre del mismo año del nacimiento de Antonina, fallecía en Savona la hermana Santa María Josefa Rossello, que había dado vida en 1837, en el mismo Savona, al Instituto de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia. Antonina sintió en su corazón que sus sueños encontraban eco en los sueños que habían sido los de la Madre Rossello. Ingresó con las Hijas de la Misericordia el 14 de noviembre de 1904; en la Vestición Religiosa toma el nombre de Sor María Ludovica y tres años después de su ingreso, el 14 de noviembre de 1907, zarpa hacia Buenos Aires, donde arriba el 4 de diciembre siguiente. Desde este momento se da en ella un florecer ininterrumpido de humildes gestos silenciosos en una entrega discreta y emprendedora.
Sor Ludovica no posee una gran cultura, al contrario. Sin embargo, es increíble cuánto logra realizar ante los ojos asombrados de quiénes la circundan. Y, si su castellano es simpáticamente italianizado, con algún toque pintoresco de "abruzzese", no le cuesta entender ni hacerse entender. No formula programas ni estrategias, pero se dona con toda el alma. El Hospital de Niños, al cual es enviada, y que inmediatamente adopta como familia suya, la ve, primero, solícita cocinera, luego, convertida en responsable de la Comunidad, infatigable ángel custodio de la obra que, en torno a ella, se transforma gradualmente en familia unida por un único fin: el bien de los niños.
Serena, activa, decidida, audaz en las iniciativas, fuerte en las pruebas y enfermedades, con la inseparable corona del Rosario entre las manos, la mirada y el corazón en Dios y la infaltable sonrisa en los ojos, Sor Ludovica llega a ser, sin saberlo ella misma, a través de su ilimitada bondad, incansable instrumento de misericordia, para que a todos llegue claro el mensaje del amor de Dios hacia cada uno de sus hijos. El único programa expresamente formulado es la frase recurrente: «Hacer el bien a todos, no importa a quién». Y se realizan así -con subvenciones que solo el cielo sabe cómo Sor M. Ludovica consigue obtener- salas de cirugía, salas para los pequeños yacentes, nuevas maquinarias, un edificio en Mar del Plata destinado a la convalecencia de los niños, una capilla -hoy parroquia-, y una floreciente chacra para que sus protegidos tuviesen siempre alimento genuino.
Durante 54 años Sor M. Ludovica será amiga y confidente, consejera y madre, guía y consuelo, de cientos y cientos de personas de toda condición social en City Bell, Buenos Aires. El 25 de febrero de 1962 concluye su camino, pero quienes permanecen, el personal médico en particular, no olvidan, y el Hospital de Niños toma el nombre de «Hospital Superiora Ludovica». Fue beatificada el 3 de octubre de 2004.