Las Ursulinas se establecieron en Valenciennes en 1654 y, durante 140 años, se entregaron ahí a la enseñanza de los niños y al cuidado de los pobres. Cuando el convento fue clausurado en la Revolución Francesa, las religiosas se refugiaron en el convento de Mons. En 1793, las tropas austríacas ocuparon Valenciennes, y las ursulinas volvieron a abrir la escuela, que siguió funcionando después de la entrada de las tropas francesas. En septiembre de 1794 las ursulinas fueron arrestadas en virtud de la ley Lacoste, por haber vuelto ilegalmente del extranjero para abrir un convento. El 17 de octubre, fueron juzgadas cinco de las religiosas que confesaron abiertamente que habían vuelto a Valenciennes para enseñar la doctrina católica, por lo que el juez las condenó a muerte. La guillotina se levantaba en la plaza del mercado. Al ver llorar a sus hermanas, la madre Dejardin (beata María Agustina) dijo a su superiora: "¡Madre mía, vos nos habéis exhortado a ser valientes y, ahora que vamos ser coronadas, os echáis a llorar!" Cinco días más tarde, la superiora beata María Clotilde Paillot y otras cinco religiosas, que se contaron entre las últimas víctimas de la Revolución fueron guillotinadas ahí mismo. La Beata María Clotilde declaró: "Morimos por la fe de la Iglesia Católica, Apostólica Romana". Así lo reconoció oficialmente Benedicto XV en 1920, al canonizar a las once ursulinas de Valenciennes. Dos de ellas, las beatas Lilvina Lacroix y Ana María Erraux, habían sido brigidinas, y la beata Josefina Leroux había sido clarisa pobre; las tres se habían quedado con las ursulinas cuando sus respectivas comunidades fueron expulsadas.
El P. J. Loridan fue vicepostulador de la causa de las mártires de Valenciennes; en su breve obra, Les bses Ursulines de Valenciennes (colección Les Saints) , habla con plena autoridad y da pruebas de haber investigado a fondo el asunto. Véase también Wallon, Les représentants du peuple..., vol. v (1890), pp. 163-167; y H. Leclercq, Les Martyrs,