En la tarde del sábado 14 de junio de 1980, en la parroquia de los Hermanos Menores de San Juan Nonualco (El Salvador), el padre Cosme Spessotto, que acababa de celebrar la misa, fue asesinado a tiros mientras estaba orando junto al sagrario. «Su sangre, derramada cerca del altar, se derramó sobre su iglesia parroquial, la que él mismo había construido, y se esparció sobre la comunidad cristiana, la que él había construido con su propio sudor. El padre Cosme amasó su Iglesia con su propia sangre, dando su vida por el rebaño». Era el epílogo de lo que él mismo había predicho, escribiéndolo unos días antes en una hoja que dejó a la vista en su escritorio: “Atención, en caso de muerte repentina. Siento que en cualquier momento personas fanáticas pueden atentar contra mi vida. Pido al Señor que en el momento oportuno me dé la fuerza para defender los derechos de Cristo y de la Iglesia. Morir como mártir sería una gracia que no merezco…”.
Cosma Spessotto Zamuner (en el siglo: Sante) llegó a El Salvador treinta años antes, en abril de 1950. Hijo de padres campesinos y trabajadores, nació en Mansué (Treviso, Italia) el 28 de enero de 1923 y abrazó la vida religiosa entre los Hermanos Menores del Véneto en 1939. Después de sus años de formación y de la ordenación sacerdotal, que recibió en la Basílica de Nuestra Señora de la Salud en Venecia el 27 de junio del 1948, pidió permiso para ir como misionero a China. Los acontecimientos políticos de la época le impidieron ir a tierras orientales, por lo que sus superiores decidieron enviarlo a la misión franciscana en Centroamérica. Su primer destino en El Salvador fue la parroquia de San Pedro Nonualco, en la diócesis de San Vicente, departamento de La Paz. Tres años después fue trasladado a la vecina parroquia de San Juan Nonualco, a tres kilómetros de Zacatecoluca.
En los 27 años que fue párroco, construyó una nueva iglesia y una escuela para los jóvenes más pobres. Se comprometió, particularmente, en la formación espiritual de la comunidad. La base de su intensa actividad pastoral era la oración y el ejercicio de la caridad. Cuando visitaba a las familias en los lugares más remotos, distribuía alimentos, ropa, medicinas y, sobre todo, el Evangelio. Fueron sus frecuentes visitas a los pueblos de la «zona roja» las que despertaron las sospechas sobre él. El Salvador atravesaba un momento difícil, una situación caótica de falta de respeto a la persona humana, que desembocó en una guerra civil. Su preocupación por los pobres se interpretó como una connivencia y ayuda a los guerrilleros de izquierda, reclutados entre las clases más pobres. Su culpa fue la de defender a sus catequistas injustamente detenidos, de enterrar los cuerpos abandonados de los guerrilleros muertos en los combates y de recibir sacramentalmente a un penitente implicado en la guerrilla.
En cuanto se difundió la noticia del asesinato, muchos fieles acudieron a rendir homenaje al mártir. El 16 de junio de 1980, el obispo de San Vicente presidió la misa de funeral.