Uno de los hombres ilustres de la Orden de los Servitas y, ciertamente no el menor, fue el beato Francisco Arrighetto. El beato descendía de la noble familia Patrizzi de Siena y, generalmente, se le conoce por ese apellido. Francisco hubiese querido retirarse a la soledad a vivir como anacoreta, pero el deber filial le obligó a quedarse con su madre, que era viuda y estaba ciega. A la muerte de ésta, tomó el hábito de la Orden de los Siervos de María de manos de san Felipe Benizi y pronto se convirtió en un predicador y misionero muy famoso. Su confesonario estaba siempre lleno. Su popularidad parece haber despertado cierta envidia entre sus hermanos. Afligido y perplejo por el conflicto al que daba lugar, Francisco invocó a la Santísima Virgen para que le ayudase a sortear aquel contratiempo y, súbitamente, quedó sordo. La enfermedad no duró mucho tiempo, pero hizo comprender al beato que Dios quería que le sirviese más con la lengua que con los oídos. Dotado de una extraordinaria capacidad para improvisar, Francisco se dedicó a predicar incansablemente. Practicaba toda clase de mortificaciones corporales, pero jamás íba demasiado lejos en el ayuno, pues sabía que necesitaba de todas las fuerzas que Dios le había dado para hacer el bien. El beato predijo que su muerte tendría lugar el día de la Ascensión en 1328. Ese día salió a predicar, como se lo habían pedido, pero murió en el camino. El biógrafo del beato cuenta, muy por menudo, su conmovedora muerte. Francisco Patrizzi vivió siempre en Siena, donde se le venera todavía. Su culto fue aprobado en 1743.
Todo lo que sabemos sobre el beato Francisco se halla en la biografía publicada en Analecta Bollandiana, vol. XIV (1895), pp. 167-197, por el P. Soulier, O.S.M. El autor de dicha biografía es el P. Cristóbal de Palma, contemporáneo del beato. Imagen del beato en la fachada exterior de la iglesia de San Marcello al Corso, en Roma.