William Howard era sobrino de san Felipe Howard. En 1675 fue detenido y encarcelado en la famosa Torre de Londres, acusado de haber protegido a los católicos, y finalmente sentenciado a muerte y ejecutado después de cinco años. William se convirtió en vizconde de Stafford, en 1637, tras el matrimonio con el último heredero de la familia. El rey inglés Carlos I nombró barones a William y su esposa. En la guerra civil que estalló poco después, apoyó al partido monárquico, perdiendo casi todas sus tierras, que le fueron restituidas en 1660 con la ascensión al trono de Carlos II. Sin embargo William no se sintió suficientemente compensado por su lealtad a la Corona y desde ese momento abrigó resentimiento hacia el nuevo soberano. En 1678 pleiteó públicamente con el conde de Peterborough, en un debate en la Cámara de los Lores, episodio que le ganó muchos enemigos.
En el mismo año, William fue denunciado por sospecha de complicidad en el «complot papista», ideado por Titus Oates1, acusado de planear el asesinato del rey Carlos II. El complot resultó totalmente ficticio, y difícilmente William Howard podría haber sido cómplice en vista de su edad ya muy avanzada. Sin embargo, la atmósfera general que reinaba era de sospecha y temor, y su mera pertenencia a la Iglesia Católica era suficiente para incriminarlo. Encarcelado en la Torre, fue más tarde juzgado por sus pares en Westminster Hall. Según el testimonio del cronista John Evelyn, incluso algunos de sus familiares votaron en contra de él. Evelyn, que le conocía personalmente, excluía a priori que un hombre maduro y experto como Howard hubiera sido capaz de tomar parte en la conspiración. Destaca la serenidad impresionante de William, que «hablaba muy poco ... y se comportaba muy humildemente, como solía», pero aun así fue hallado culpable. El 29 de diciembre de 1680, antes de ser decapitado, oró: «Señor, perdona a los que han jurado en falso contra mí». William Howard fue beatificado el 15 de diciembre de 1929.
Traducido para ETF de un artículo de Fabio Arduino.
1: Fue un complot ficticio supuestamente descubierto (pero en realidad creado por él) por el sacerdote protestante Titus Oates, que venía a denunciar en 1678 un plan de los católicos de acabar con el rey Carlos II; la supuesta conspiración sirvió como excusa (como en el presente caso) para acabar con algunos católicos sospechosos, aunque fue a su vez descubierta la falsedad de la trama unos años más tarde, y Titus Oates condenado por perjurio.