El apellido del beato Jacobo se deriva del nombre del pueblecito de Viraggio (actualmente Varazze), cerca de Génova, donde nació hacia el año 1230. A los catorce años, Jacobo ingresó en la Orden de Predicadores. Al cabo de varios años de intenso estudio y preparación espiritual, empezó a predicar en las iglesias de Lombardía, donde pronto se hizo muy famoso. Enseñó teología y Sagrada Escritura en varios conventos de su orden. Tras de ejercer el cargo de prior en el convento de Génova, fue elegido, en 1267, provincial de Lombardía. Como sólo tenía entonces treinta y siete años, su nombramiento dio ocasión a ciertas murmuraciones, pero la prudencia y habilidad que demostró en el cargo, redujeron pronto al silencio a sus opositores. Jacobo desempeñó el cargo de Provincial durante diecinueve años consecutivos, al cabo de los cuales fue nombrado «Definidor». A la muerte de Carlos Bernardo, arzobispo de Génova, ocurrida en 1286, el capítulo intentó elegir a Jacobo, pero éste se negó a aceptar el gobierno de la sede. Dos años más tarde, el papa Nicolás IV le confió la misión de arreglar el entredicho y levantar las censuras que pesaban sobre Génova por haber apoyado la rebelión de los sicilianos contra el rey de Nápoles. En 1292, la sede quedó nuevamente vacante. El capítulo eligió otra vez a Jacobo y éste se negó de nuevo; pero en esa ocasión se vio obligado a aceptar y fue consagrado en Roma. Su gobierno de la diócesis, que sólo duró seis años, fue constantemente perturbado por las luchas entre güelfos y gibelinos, que en aquella región se llamaban «rampini» y «mascarati» respectivamente. El nuevo arzobispo trabajó infatigablemente en favor de la paz política y religiosa. Desgraciadamente, no tuvo éxito, ya que la aparente reconciliación de 1295 fue sólo una tregua, y las luchas recomenzaron al año siguiente con el mismo encono que antes. Como Jacobo no olvidaba su voto religioso de pobreza, empleaba liberalmente las rentas de su rica diócesis en socorrer a los necesitados y a las víctimas de la guerra civil, en dotar hospitales y monasterios y en reconstruir iglesias. Fue un verdadero modelo entre los prelados del norte de Italia, algunos de los cuales aplicaron las mismas medidas que él para mantener la disciplina entre el clero.
Pero Jacobo de Vorágine es famoso sobre todo por sus escritos. Se le ha atribuido la traducción de la Biblia al italiano, pero, en caso de que la haya hecho realmente no queda ningún ejemplar de esa obra. La razón de la fama del beato es que fue el autor de la «Legenda Sanctorum», más conocida con el nombre de «Legenda Aurea» («La Leyenda Dorada»). Dicha obra es sin duda, entre las colecciones de leyendas o vidas de santos, la más divulgada y la que mayor influencia ha ejercido. Desde el punto de vista crítico, carece absolutamente de valor histórico; pero tiene la ventaja de poner de relieve la mentalidad sencilla y crédula del público para el que fue escrita. Por otra parte, considerada como libro de devoción y edificación, la obra de Jacobo de Vorágine es una verdadera obra de arte. El autor realizó perfectamente el objetivo que se había fijado, que consistía en escribir un libro que el pueblo leyese y que le enseñase a amar a Dios y a odiar el pecado. De no haber sido por la Reforma, la traducción inglesa del libro de Jacobo, habría ejercido gran influencia sobre la literatura de Inglaterra. En otras lenguas la traducción de la «Leyenda Dorada» ejerció gran influencia sobre la literatura. La estrechez del humanismo histórico llevó a Luis Vives, a Melchor Cano y a otros, a despreciar la obra de Jacobo de Vorágine; por el contrario, los bolandistas que poseían un espíritu verdaderamente científico, jamás han dejado de admirarla. El P. Delehaye dice:
Durante mucho tiempo la «Leyenda Dorada», que representa tan fielmente la actitud de los hagiógrafos medievales, fue tratada con supremo desprecio y los eruditos denigraron implacablemente al gran Jacobo de Vorágine: «El autor de la 'Leyenda' -declaró Luis Vives- tenía una boca de bronce y un corazón de plomo».
Tal severidad no sería exagerada, si se admite que hay que juzgar las obras populares según las normas de la crítica histórica. Pero tal método tiene cada vez menos defensores; y quienes han penetrado en el espíritu de la «Leyenda Dorada», están muy lejos de despreciarla. «Por mi parte, confieso que al leerla es, algunas veces, muy difícil dejar de sonreír. Pero se trata de una sonrisa de simpatía y de tolerancia que no perturba en lo más mínimo la emoción religiosa que suscita el relato de las virtudes y los actos heroicos de los santos.
La obra de Jacobo de Vorágine nos presenta a los amigos de Dios como lo más grande que existe sobre la tierra; los santos son seres humanos que están muy por encima de la materia y de las miserias de nuestro pequeño mundo. Los reyes y los príncipes acuden a consultarles y se mezclan con el pueblo para ir a besar sus reliquias e implorar su protección. Los santos viven en la tierra, pero íntimamente unidos con Dios. Y Dios les concede, además de inmensos consuelos, cierta participación de su propio poder. Pero los santos sólo emplean ese poder para bien de sus semejantes y, por eso, el pueblo acude a ellos para obtener la curación de sus enfermedades de cuerpo y de alma. Los santos practican todas las virtudes en grado sobrehumano: la bondad, la misericordia, el perdón de las injurias, la mortificación, la abnegación; hacen amables estas virtudes y exhortan a los cristianos a practicarlas. La vida de los santos es la realización concreta del espíritu del Evangelio. Y por el sólo hecho de poner al alcance del pueblo ese ideal sublime, la «Leyenda Dorada», como cualquier otra forma de poesía, posee un grado de verdad más elevado que el de la historia. («The Legends of the Saints», c. VII, pp. 229-231)
La obra de Jacobo de Vorágine alcanzó una popularidad y una difusión inmensas en la Edad Media. En 1470, se publicó en Basilea la primera edición impresa. Diez años más tarde, la «Leyenda Dorada» estaba ya editada en italiano, francés, dialecto alemán, y checo. Caxton publicó la primera edición inglesa en 1483, en Westminster. Ningún otro libro tuvo más ediciones que éste entre 1470 y 1530. Hacia 1500, había más de setenta ediciones en latín, catorce en dialecto alemán, ocho en italiano, cinco en francés, tres en inglés y tres en checo. La «Leyenda Dorada» fue, por decirlo así, el primer éxito de librería a partir de la invención de la imprenta. El culto del Beato Jacobo de Vorágine comenzó inmediatamente después de su muerte, acontecida en 1298, y fue confirmado en 1816.
La obra de M. de Waresquiel, Le B. Jacques de Voragine (1902), estudia la vida del beato desde el punto de vista de la devoción. Casi todos los otros libros y estudios tratan del aspecto literario de su obra. Mencionaremos simplemente los dos artículos de E. C. Richardson, en Princeton Theological Review (1903 y 1904); P. Butler, Legenda aurea, Légende dorée, Golden Legend (1899) ; y el artículo del DTC. En Taurisano, Catalogas hagiographicus O.P., se encontrará una bibliografía más completa. Acerca de la obra de Richardson, Materials for a Life of Jacopo da Voragine (1935), cf. Analecta Bollandiana, vol. LIV (1936), pp. 440-442.