Juan Bufalari nació a principios del siglo XIV, en Castel Porziano, de la Umbría. Era hermano de la beata Lucía Amelia. Por lo poco que sabemos sobre él, su vida debió tener escasos atractivos, pero fue llena de gracia y de virtud. Juan abandonó el mundo a temprana edad e ingresó en el convento de los ermitaños de San Agustín, en Rieti. Vivía consagrado al servicio de sus prójimos, especialmente de los enfermos y forasteros y atendía con delicadeza a los huéspedes del monasterio. Pasaba largas horas en contemplación y aprovechaba cuantas ocasiones se le ofrecían de ayudar la misa. Poseía un don de lágrimas extraordinario y lloraba no sólo por sus pecados, sino también por los de los demás. Una vez dijo, paseándose por el jardín: «¡Imposible dejar de llorar! Los árboles, las plantas y las flores que nos rodean germinan, crecen, dan fruto mueren sin apartarse un punto de las leyes que les ha fijado el Creador. En cambio los hombres, a quienes Dios ha dado inteligencia y prometido un reino eterno, se oponen continuamente a su voluntad». Es ésta un reflexión muy sencilla y a la vez muy profunda. Desconocemos la fecha exacta de la muerte del beato. Su santa vida y los milagros ocurridos en su tumba, dieron origen al culto popular, que fue confirmado oficialmente en 1832.
Véase Torelli, Secoli Agostiniani, vol. II; y P. Seebück, Die Herrlichkeit der Katolichen Kirche (1900), pp. 299-300.