Entre los registros casi contemporáneos del beato Juan Dominici que han llegado hasta nosotros, hay una breve biografía escrita por uno de sus más famosos hijos, san Antonino, arzobispo de Florencia, así como un retrato pintado por otro de más fama, Fra Angélico, en los muros de la catedral de San Marcos. Era un florentino de origen humilde que vino al mundo en 1376. A la edad de dieciocho años recibió el hábito de los dominicos, en el priorato de Santa María Novella, pese a cierta oposición causada por su falta de educación y su tendencia a tartamudear. Pero aquellas carencias quedaron ampliamente recompensadas por su extraordinaria capacidad de retener en la memoria lo que aprendía y ello le bastó para convertirse, en poco tiempo, en uno de los teólogos más reputados de su época y en un predicador elocuente. Aparte de los comentarios a las Sagradas Escrituras y uno o dos tratados, escribió los «laudi» o himnos en la lengua vernácula. Después de completar sus estudios en la Universidad de París, dedicó doce años a la enseñanza y la predicación, en Venecia. Después se le nombró prior en Santa María Novella y sucesivamente ocupó otros prioratos. En Fiésole y en Venecia fundó nuevas casas para monjes y, en la última de las ciudades nombradas, estableció un convento para monjas dominicas, llamado de Corpus Christi. Desde ahí trabajó grandemente para introducir o restablecer la estricta regla de Santo Domingo en varios prioratos, con la aprobación del maestro general, el beato Raimundo de Capua. Asimismo es necesario hacer notar que se preocupó muchísimo para que se impartiese una educación cristiana a la juventud y que fue el primero en adivinar y combatir las perniciosas tendencias hacia la nueva herejía que comenzaba ya a ser un grave peligro: el humanismo. En 1406, asistió al cónclave que eligió al Papa Gregorio XII. Después fue el confesor y consejero del Pontífice, y éste le consagró arzobispo de Ragusa y cardenal de San Sixto.
Al dar alientos al Papa Gregorio para que abdicase, como único medio posible para inducir a los antipapas a renunciar a sus reclamaciones, el beato Juan fue el instrumento en la terminación del gran cisma. Fue él mismo quien llevó la renuncia del papa Gregorio al Concilio de Constanza. El siguiente Pontífice, Martín V, le nombró legado en Bohemia y Hungría, con la misión especial de combatir la influencia creciente de los husitas. El beato encontró a Bohemia en un estado caótico; la opinión pública se hallaba encendida hasta el frenesí, a causa de la ejecución de Juan Huss, y el rey Wenceslao no se atrevía a tomar las enérgicas medidas aconsejadas por el nuncio. En vista de que no podía hacer nada en Bohemia, el beato pasó a Hungría y, casi inmediatamente después de llegar, fue atacado por una fiebre que resultó fatal. Murió en Buda, el 10 de junio de 1419. Su culto fue confirmado en 1832.
En el Acta Sanctorum fueron impresas dos biografías: una es la breve memoria de san Antonino de Florencia; la otra, de mucho mayor extensión, es de Juan Caroli, pero desgraciadamente no es muy segura ni digna de confianza. Sin embargo, aparte de eso, es mucho lo que se ha escrito sobre la vida del beato Juan Dominici y su obra, particularmente sobre las últimas etapas del gran cisma. Ver, sobre todo, los artículos de J. Hollerbach en el Romische Quartalschrift, de 1909 y 1910; H. Finke, Acta Concilii Constantensis. Los dos trabajos del beato Juan sobre la educación, Lucula Noctis (editada en los EE. UU. por E. Hunt, 1940) y Regola del governo di cura famillare, son de grandísima importancia en la historia de la pedagogía.