Nació en Frattamaggiore, Provincia de Nápoles, diócesis de Aversa, el 5 de septiembre de 1802, hijo de Nicola Mazzarella, cordelero, y Teresa Esposito, tejedora, humildes artesanos pero ejemplares padres cristianos. Bautizado al día siguiente de su nacimiento con el nombre de Domingo. Sirvió como monaguillo en la parroquia y ayudaba en el culto a la Santísima Virgen Madre del Buen Consejo.
A los 16 años fue acogido gratuitamente en el seminario de Aversa por el obispo Mons. Agostino Tommasi, al fallecer trágicamente éste hubo de volver a casa, pero no descuidó sus estudios de preparación para el sacerdocio. Atraído luego por la vida austera de los Hermanos Menores del vecino convento de Grumo Nevaro, vistió el hábito franciscano en el convento de Piedimonte Matese el 3 de noviembre de 1822, hizo el noviciado en el convento de Santa Lucía al Monte, Nápoles, hizo los votos el 27 de noviembre de 1824, y fue ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1827 en la catedral de Aversa.
Dedicado a la predicación y al sacramento de la reconciliación, fue guardián en varios conventos. En 1839 fue trasladado al convento de Santa María della Sanità, en uno de los barrios más populares de la ciudad de Nápoles, donde permaneció hasta su muerte, ejerciendo un provechoso y admirable ministerio sacerdotal sobre todo a favor de los más pobres y enfermos. Se distinguió sobre todo por su celo en la defensa de la vida naciente y la difusión de la devoción a la Santísima Virgen bajo la advocación de Madre del Buen Consejo, la devoción de su juventud.
Se integró con cristiana compasión en el contexto social de su gente, y supo adaptar con formas adecuadas a la cultura y a la mentalidad de su tiempo el eterno evangelio de la caridad y de la paz, haciendo surgir del fondo del alma y del corazón del generoso pueblo napolitano insospechadas energías espirituales y morales.
El 24 de julio de 1854, afectado por el cólera contraído mientras asistía a las víctimas de esa epidemia, después de haber pedido perdón a los hermanos e invocado con filial fervor a la Madre del Señor, fue acogido por el Resucitado en el reino de los bienaventurados, con gran pesar de sus beneficiados y de toda Nápoles. Modestino, con su vida de apertura a las necesidades de los pobres y marginados de su tiempo, sigue siendo un modelo sobre todo para los consagrados, y es un llamamiento a dar testimonio con vigor y coherencia del evangelio de la caridad, e invita a los jóvenes a responder con valor y entusiasmo a la invitación de Aquel que los quiere hoy como colaboradores de Dios y testigos de su misericordia. Fue beatificado por Juan Pablo II en enero de 1995.