Los marinos españoles y portugueses profesan gran veneración al beato Pedro González, a quien invocan con el nombre de san Telmo; se trata de un pseudónimo que el beato comparte con otro patrón de los hombres de mar, san Erasmo. Pedro era hijo de una noble familia castellana. Su tío Arderico, obispo de Palencia, se encargó de su educación, pero se preocupó más por su bienestar material que por sus progresos en la vida espiritual. Nombrado canónigo de la catedral antes de la edad requerida, el joven entró en Palencia, montado en un soberbio caballo, para asumir su nueva dignidad el día de Navidad. Pero el caballo resbaló y derribó al jinete, en medio de las risas de la multitud. Se dice que entonces pronunció Pedro estas palabras proféticas: «Puesto que el mundo se burla de mí, yo voy a burlarme del mundo». En todo caso, el incidente le hizo comprender su propia vanidad y le cambió el corazón. Pedro renunció al beneficio de su nombramiento e ingresó en la Orden de Santo Domingo. Después de su profesión, sus superiores le enviaron a predicar, y Dios bendijo desde el primer momento su ministerio.
El beato causó tan profunda impresión en el rey Fernando III, que éste le nombró capellán suyo. Pedro emprendió al punto la difícil tarea de reformar a los cortesanos y a los soldados, lo cual le ganó, naturalmente, la oposición de los nobles más jóvenes. También predicó la Cruzada contra los moros y, con sus sabios consejos, sus oraciones y el buen espíritu que supo sembrar, contribuyó en gran manera al éxito de las campañas del rey Fernando. El beato estuvo con el ejército en el sitio de Córdoba. Cuando se rindió la ciudad, hizo cuanto pudo por evitar que los soldados cometiesen excesos y consiguió que se tratase con clemencia a los vencidos. Después obtuvo permiso de abandonar la corte y consagró el resto de su vida a evangelizar diversas regiones, especialmente Galicia y las costas. Las iglesias eran con frecuencia insuficientes para la multitud que acudía a oírle, y el beato Pedro tenía que predicar al aire libre. Sentía especial predilección por los marineros, a los que iba a visitar en sus navios. El beato pasó sus últimos días en Tuy, donde murió el domingo de Pascua de 1246. Su culto fue confirmado en 1741. Según parece, el beato no empezó a ser llamado «san Telmo» -y confundido con san Erasmo-, sino hasta el siglo XVI.
Florez, España Sagrada, vol. XXIII, pp. 245-285, publicó una antigua biografía latina del beato Pedro y una colección de los milagros obrados en su santuario; esta última data probablemente de 1258. Ver también Mortier, Maitres Généraux O.P., vol. I, pp. 401-403. Al igual que pasa con muchos otros beatos, es popularmente nombrado como santo, aunque formalmente no lo es.