En 1276, uno de los más importantes jefes del partido gibelino de Florencia era el joven Ubaldo Adimari. Rico, favorecido por la naturaleza y de familia muy distinguida. Ubaldo había llevado hasta los treinta años una vida turbulenta y disipada. Pero un día, al oír un sermón de san Felipe Benizi, se sintió movido a penitencia y, en uno de esos arranques de las naturalezas generosas, prometió no volver a llevar armas en toda su vida. San Felipe Benizi le recibió en la Orden de los Servitas. Ubaldo se dedicó a hacer penitencia por sus pecados, para vencer su carácter orgulloso y altivo. Con los años llegó a ser tan bondadoso que, en cuanto salía al jardín del monasterio de Monte Senario, los pájaros iban a posarse sobre su cabeza, sus hombros y sus manos. Poseía también el don de milagros. Se cuenta que una vez, al llegar su turno de sacar agua de la fuente para la comida de los monjes, se le rompió el único cántaro que llevaba; Ubaldo transportó entonces el agua en su propio hábito y el líquido alcanzó para satisfacer la sed de todos los monjes.
San Felipe quería mucho a su piadoso discípulo; durante varios años se hizo acompañar por él en sus viajes y le nombró su confesor. Cuando san Felipe enfermó, en Todi, Ubaldo tuvo el presentimiento sobrenatural de que se aproximaba la muerte de su maestro y se apresuró a ir a verle. San Felipe pidió «su libro», y los presentes le dieron la Biblia, el Breviario y el rosario; pero Ubaldo, que le conocía mejor, le alargó el crucifijo, en el que el santo había aprendido toda su sabiduría. San Felipe fijó sus ojos en Cristo hasta que la muerte se los cerró. Ubaldo le sobrevivió treinta años, en Monte Senario. El culto del beato Ubaldo fue confirmado en 1821.
Ver Gianni-Garbi, Annales Ordinis Servorum B.V.M., vol. I, pp. 228-229; Speirr, Lebensbilder aus dem Servitenorden, pp. 437 ss. La mayoría de las vidas de San Felipe Benizi, por ejemplo la de P. Soulier, hablan también de Ubaldo.