Lo siguiente es parte de la homilía de SS Juan Pablo II en la beatificación de Mons. Bossilkov, en Roma, el 15 de marzo de 1998:
«Bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo» (1 Co 10, 4). El obispo mártir Vicente Eugenio Bossilkov bebió de la roca espiritual que es Cristo. Siguiendo fielmente el carisma del fundador de su congregación, san Pablo de la Cruz, cultivó intensamente la espiritualidad de la Pasión. Además, se dedicó sin reservas al servicio pastoral de la comunidad cristiana que se le había confiado, afrontando con valentía la prueba suprema del martirio.
Monseñor Bossilkov se ha convertido así en una gloria resplandeciente de la Iglesia en su patria. Testigo intrépido de la cruz de Cristo, fue una de las numerosas víctimas que el comunismo ateo sacrificó, tanto en Bulgaria como en otros países, según su programa de aniquilación de la Iglesia. En esos tiempos de dura persecución, muchos dirigieron su mirada hacia él, y el ejemplo de su valentía les dio fuerza para permanecer fieles al Evangelio hasta el fin. En este día de fiesta para la nación búlgara, me alegra rendir homenaje a cuantos, como monseñor Bossilkov, pagaron con la vida su adhesión sin reservas a la fe recibida en el bautismo.
Monseñor Bossilkov supo unir de modo admirable a su misión de sacerdote y obispo una intensa vida espiritual y una constante atención a las exigencias de sus hermanos. Hoy se nos presenta como figura eminente de la Iglesia católica que está en Bulgaria, no sólo por su vasta cultura, sino también por su constante espíritu ecuménico y su heroica fidelidad a la Sede de Pedro.
Cuando la hostilidad del régimen comunista contra la Iglesia se hizo más fuerte y amenazadora, el beato Bossilkov quiso permanecer junto a su gente, aunque sabía que eso significaba arriesgar su vida. No tuvo miedo de afrontar la tormenta de la persecución. Cuando intuyó que se acercaba el momento de la prueba suprema, escribió al superior de su provincia religiosa: «Tengo la valentía de vivir; espero tenerla también para soportar lo peor, permaneciendo fiel a Cristo, al Papa y a la Iglesia» (Carta XIV).
Y así este obispo y mártir, que durante toda su existencia se esforzó por ser imagen fiel del buen Pastor, llegó a serlo de un modo del todo especial en el momento de su muerte, cuando unió su sangre a la del Cordero inmolado por la salvación del mundo. ¡Qué ejemplo tan luminoso para todos nosotros, llamados a testimoniar fidelidad a Cristo y a su Evangelio! ¡Qué gran motivo de aliento para cuantos padecen aún hoy injusticias y oprobios a causa de su fe! Ojalá que el ejemplo de este mártir, al que hoy contemplamos en la gloria de los beatos, infunda confianza y celo en todos los cristianos, especialmente en los de la querida nación búlgara, que ahora puede invocarlo como su protector celestial.