Eduardo Oldcorne (imagen) había nacido en York. Hizo sus estudios eclesiásticos primero en Reims y después en Roma. Seis años después de su llegada a la Ciudad Eterna, fue ordenado sacerdote para ir a la misión de Inglaterra. Como tenía gran deseo de entrar en la Compañía de Jesús, el P. Aquaviva, teniendo en cuenta lo peligroso de su misión, le admitió sin los dos años de noviciado. El P. Oldcorne desembarcó en Inglaterra con el P. Gerard. Inmediatamente después se separaron, y el P. Oldcorne se dirigió a Worcester. Allí trabajó diecisiete años con el nombre de Hall; escapó varias veces, casi milagrosamente, de los perseguidores, reconcilió con la Iglesia a muchos católicos y convirtió a numerosos protestantes. Entre éstos se contaba a Dorotea Abington, dama de honor de la reina Isabel y hermana de un caballero católico, en cuya casa vivió el P. Oldcorne durante su estancia en Worcestershire.
La «conspiración de la pólvora» (un complot para matar al rey en la que participaron católicos, especialmente jesuitas) levantó una ola de hostilidad contra todos los católicos; las autoridades publicaron un decreto contra el P. Garnet, superior de los jesuitas ingleses, a quien consideraban envuelto en la conspiración. El P. Garnet se refugió en Henlip, junto ron el P. Oldcorne. Con la esperanza de salvar la vida, un prisionero católico denunció el escondite de los dos sacerdotes. El P. Oldcorne fue conducido a Worcester y después a la Torre de Londres. Aunque le torturaron cinco veces en el potro, el mártir declaró firmemente que no había participado en la «conspiración de la pólvora» ni había estado al tanto de ella. A pesar de eso, los jueces le condenaron a ser colgado, arrastrado y descuartizado. Junto con el, fue martirizado su criado, Ródolfo Ashley, hermano lego de la Compañía de Jesús, cuya única acusación era haber estado al servicio del P. Oldcorne.
Littleton, el hombre que había denunciado al P. Oldcorne y por cuyo testimonio se condenó al mártir, pidió públicamente perdón de su traición y murió con los dos jesuitas. El beato Eduardo fue descuartizado vivo; sus miembros fueron expuestos al público en las puertas de la ciudad.
Ver Challoner, Memoires of Missionary Priests, pp. 289-291; John Morris, Life of Father John Gerard; Foley, Records of the English Province of the Society of Jesus, vol. IV; y la autobiografía del P. Gerard (1951).