Gabriel José Rogelio Longueville nació el 18 de marzo de 1931, en Étables, pequeño pueblo del departamento de Ardèche, en el sur de Francia. Sus padres José Agustín Longueville y Amelia Virginia Delhomme tuvieron ocho hijos, cinco mujeres y tres varones. Su familia se dedicaba a la pequeña agricultura, gente sencilla y fervientes católicos.
Gabriel fue bautizado el 12 de abril de ese año en la parroquia perteneciente a la diócesis de Viviers, por el Párroco de Étables; su padrino fue el abuelo materno Joseph Delhomme, y su madrina la abuela paterna Rosalie Longueville.
El 30 de mayo de 1941 recibió el sacramento de la confirmación en Deyras, de parte del obispo diocesano, Mons. Alfredo Couderc.
El 26 de septiembre de 1942 entró al Seminario Menor Saint Charles de Annonay, de esa diócesis. En octubre de 1948 pasó al Seminario Mayor de Viviers. Su conducta siempre fue apreciada por sus compañeros y profesores.
En septiembre de 1952, a los veintiún años fue incorporado al servicio militar, que fue bastante prolongado, pues tuvo dos etapas.
La primera etapa (1952-1954) en el Cuerpo de los “Chasseurs Alpins”, en Sathonay (Francia), y luego en Bluiens (Austria).
La segunda etapa fue en Souma (Argelia), durante el año 1956, donde estuvo hasta que le dieron la baja. Fue durante el período de la guerra colonial francesa contra los que luchaban por la independencia de Argelia. Si bien, como seminarista, integraba el equipo de la capellanía militar, la dura experiencia de lo que vio y vivió allí lo marcaría profundamente para evaluar el rol de las dictaduras militares en América Latina cuando se integró a esta realidad a fines de la década del 60. Los informes de los capellanes militares destacaron su desarrollo espiritual y su práctica sacramental.
Habiendo regresado al Seminario Mayor de Viviers, pudo terminar sus estudios eclesiásticos. Durante el año 1957, el 6 de abril le fue conferido el subdiaconado, el 30 de mayo el diaconado y el 29 de junio el presbiterado, siempre por manos de Mons. Alfredo Couderc, obispo de la Diócesis de Viviers.
Durante doce años ejercicio el sacerdocio en su diócesis de origen, donde fue profesor de idiomas en el Seminario Menor Saint Charles de Annonay, y vicario parroquial.
Durante 1968 había madurado su decisión de responder a la llamada del Papa Pio XII, quien con su encíclica “Fidei Donum” del 21 de abril de 1957, alentaba a los sacerdotes diocesanos a comprometerse en la acción misionera en países donde habría que extender el “don de la fe”.
De esta manera, como sacerdote “fidei donum”, su primer destino fue la arquidiócesis de Corrientes, a cargo del Arzobispo Francisco Vicentín, quien había firmado el corresondiente convenio con la diócesis de Viviers. Allí llegó el 1 de febrero de 1970.
Antes de viajar a Corrientes había estado durante tres meses en Cuernavaca, Méjico, participando de un curso de pastoral en el Centro de Formación para América Latina (CEFAL). Recibió clases de español y conferencias sobre religión, historia, política y sindicalismo de este continente.
En 1971, de común acuerdo con el responsable argentino del Comité Episcopal Francia-América Latina, se trasladó a la diócesis de La Rioja donde adhirió con convicción al proyecto pastoral de Mons. Angelelli, integrándose al decanato de Los Llanos.
Su manera de ser, sencillo, amable, servicial, hizo que se le abrieran todas las puertas de los hogares chamicalenses, especialmente de los más humildes, a quienes visitaba andando en su bicicleta. Su parroquia además de la ciudad, tenía jurisdicción en una decena de poblaciones, algunas pequeñas, otras distantes.
El 7 de mayo de 1971 fue nombrado Vicario cooperador en la Parroquia “El Salvador” de Chamical; al año siguiente, el 23 de febrero, fue nombrado vicario sustituto allí mismo. Se esforzó por conocer y comprender a su rebaño, visitando los pueblos y parajes más lejanos, animando la organización de Cáritas y el acompañamiento de los más pobres y excluidos. Escultor y pintor, retrató en sus obras el paisaje humano y natural del pueblo encomendado.
El Domingo 18 de julio de 1976, mientras estaba cenando en la casa de las religiosas del Instituto “Hermanas de San José”, fue secuestrado junto al Siervo de Dios Carlos de Dios Murias por algunas personas que se presentaron como miembros de la Policía; ambos fueron asesinados en la noche de ese mismo día. Sus cuerpos fueron encontrados en el paraje “Bajo de Lucas” a 7 km. de Chamical. El P. Gabriel tenía 45 años.
Carlos de Dios Murias nació el 10 de octubre de 1945, en Córdoba, recibiendo el bautismo el 24 de noviembre, en la Parroquia del Santísimo Sacramento de La Falda, ciudad cordobesa del Valle de Punilla, en la que vivió con su familia hasta 1949.
Sus padres fueron Carlos María Murias y Ebe Ángela Grosso. Carlos de Dios fue el último de los hijos, después de tres mujeres: Hebe Elizabeth, María Cristina y Marta Elena.
Hizo el Jardín de Infantes y la Escuela primaria en un colegio de religiosas, el Colegio de la Virgen Niña de Villa Giardino que, el año en que Carlos de Dios ingresó, se convirtió en escuela mixta.
A los 9 años recibió la Primera Comunión en el Camarín de la Virgen del Rosario del Milagro, Patrona de Córdoba, que está en la Basílica de Santo Domingo (Av. Vélez Sarsfield y Deán Funes). Hebe Elisabeth usó una expresión significativa para describir la actitud del hermano y de sus compañeritos cuando recibieron el Sacramento de la Eucaristía por primera vez: «Era como que ellos esperaban un milagro en el momento de recibir la Primera Comunión».
Luego de los estudios primarios, ingresó en el Liceo Militar, donde completó sus estudios secundarios. Así lo recuerda Rodolfo Aricó, un compañero del Liceo, hoy profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), quien dijo: “Con Carlos fuimos compañeros durante cinco años en el Liceo Militar “General Paz”, en la ciudad de Córdoba, cuando cursamos el secundario. Ingresamos en el año 1958 y egresamos en el año 1962, con los títulos de bachiller y subteniente de reserva. Durante esos cinco años, vivimos en un régimen de internado, desde el domingo a la noche hasta la salida del viernes a la tarde. Por razones de estatura física, nunca estuvimos cerca, ya que Carlos era de los más bajos del curso y, además, tampoco compartimos el aula durante esos cinco años de estudio, pero puedo expresar que su persona irradiaba dos hermosas virtudes humanas: la paz y la bondad de su corazón” (Córdoba, 12 de julio de 2017).
A Carlos de Dios le habría gustado estudiar veterinaria, pero esta carrera no existía en Córdoba en aquellos tiempos. A comienzos de 1963 se inscribió en la Facultad de Ingeniería de la UNC, donde cursó sólo dos años.
Comenzó a frecuentar el movimiento universitario católico que tenía sus reuniones en la capilla de Cristo Obrero, cuyo párroco era el P. Fulgencio Rojas, a quien Carlos de Dios estimaba mucho, pues lo había conocido en el Liceo Militar, del cual el P. Rojas era capellán. Fue justamente en Cristo Obrero, junto a La Cañada, donde conoció a Mons. Angelelli con quien entabló una fuerte amistad y donde comenzaron sus primeros planteos vocacionales.
En 1965, después de dejar la Facultad de Ingeniería decidió irse a San Carlos Minas, donde estaba su padre, para hacer trabajos de campo. Los peones le tenían un gran aprecio. Después de distanciarse de su padre, en el mes de diciembre regresó a la ciudad y comenzó a trabajar en el Registro de la Propiedad. Carlos de Dios manifestaba ya su preocupación por el egoísmo de la burguesía y su estima por Angelelli, que entonces era Asistente espiritual de la Juventud Obrera Católica (JOC) y de la Asociación de Profesionales de la Acción Católica (APAC).
Marta Elena y Hebe Elisabeth describían a su hermano como un muchacho idealista, generoso, simple y apasionado. Le gustaba la música, había estudiado un poco de piano, tocaba muy bien la guitarra y cantaba. Otros testigos añaden que era solidario, que tenía un fuerte temperamento y se rebelaba contra la injusticia, que era amigo de la verdad, valiente y, al mismo tiempo, prudente. Algunos destacaron que era independiente, callado y que no buscaba sobresalir.
Por aquellos días, en la Mariápolis de Río Tercero, en un encuentro organizado por el Movimiento de los Focolares, conoció a los primeros frailes franciscanos conventuales: P. Juan Carlos Gianello y P. Livio Leonardi. Con este último mantuvo una relación epistolar de un año. El P. Livio fue una figura importante como guía para su discernimiento vocacional.
El 5 de abril de 1966 inició el postulantado en la Orden de los Frailes Menores Conventuales (más conocidos como “Franciscanos Conventuales”). En el mes de diciembre sucesivo, fue admitido en el noviciado y el 6 de enero de 1968 hizo su profesión simple. El 31 de diciembre de 1971 hizo su profesión solemne.
Terminada la formación filosófica y teológica, el 17 de diciembre de 1972 fue ordenado sacerdote, es decir, recibió el presbiterado de manos de Mons. Angelelli. Vivió los siguientes dos años en calidad de vicario cooperador, primero en la Parroquia “Cristo del Perdón”, en La Reja y luego en José León Suárez, ambas localidades de la Provincia de Buenos Aires, donde tuvo ocasión de desarrollar una intensa acción pastoral, especialmente con los jóvenes y con los más necesitados.
De marzo a julio de 1975, Fr. Carlos de Dios visitó Chamical, diócesis de La Rioja, en vistas a establecer allí una comunidad de la Orden de los Frailes Menores Conventuales. El 6 de mayo Fr. Jorge Morosinotto, Custodio Provincial, le escribió una carta, en la que se alegraba por la actividad apostólica que éste estaba desempeñando en Chamical y le prometió: “sinceramente insistiré con el P. Benjamín y con otro sacerdote que tú conoces, para que en el ’76, formen una fraternidad en La Rioja, si Dios quiere”. El 12 de junio sucesivo, siempre desde Chamical, Fr. Carlos de Dios escribió una carta a Fr. Jorge Mohamed, diciéndole: «La gente es macanuda y está muy contenta conmigo, están ya rezando para que me quede y abramos una fraternidad, ojalá se pudiera concretar. Sería abrir una ventana a la vida para la Orden”.
Entusiasmado con el dinamismo pastoral diocesano, la estrecha comunión y cooperación de los sacerdotes y religiosas con el obispo, el 27 de febrero de 1976 fue destinado de manera estable al servicio de la Diócesis de La Rioja y el 6 de mayo, Mons. Angelelli lo nombró vicario cooperador de la parroquia “El Salvador” de Chamical.
Muy cercano a la gente, en sus homilías denunciaba con fuerza las injusticias perpetradas por quienes detentaban el poder político en aquella época.
En una de sus últimas homilías había dicho: “Podrán acallar la voz de Carlos Murias o la de nuestro obispo Enrique Angelelli o la de cualquier otra persona en cuanto tal, pero jamás la de Cristo, que clama justicia y amor desde la sangre del justo Abel hasta la que en sudores de sol a sol es derramada por nuestros hacheros…” (Homilía del Domingo IV de Pascua. Chamical, 9 de mayo de 1976). Una expresión similar fue escuchada por última vez, durante la Misa que celebró el día en que se lo llevaron: “Podrán callar la voz de Carlos Murias, pero no podrán callar la voz del Evangelio porque es la voz de Dios”. Efectivamente, ese Domingo 18 de julio de 1976, mientras estaba cenando en la casa de las religiosas del Instituto “Hermanas de San José”, fue secuestrado junto al Siervo de Dios Gabriel Longueville por algunas personas que se presentaron como miembros de la Policía; ambos fueron asesinados en la noche de ese mismo día.
En la carta de condolencias, que el Clero de la Diócesis de La Rioja había dirigido a la Familia Murias y en la que manifestaban que Carlos era un auténtico mártir, recordaron una expresión con la cual éste habría definido su vida: “Más vale morir joven, habiendo hecho algo por Jesucristo y su Evangelio, que llegar a viejo sin haber hecho nada” (La Rioja, 24 de julio de 1976).