En el actual Kummamoto (Yatsushiro en aquel momento), murieron por la fe once cristianos que han sido beatificados: seis en 1603, uno en 1606 y cuatro en 1609, que son los que conmemoramos hoy. Se trata de sencilla gente del pueblo: Miguel, con su hijo Tomás, de trece años; Juan y su hijo Pedro, de cinco o seis años. Son dos catequistas, con sus hijos. Mueren decapitados. Todos muestran alegría, oración y firmeza en la fe. Se conservan algunas cartas desde la cárcel, donde leían libros de espiritualidad.
El caso del niño Pedro Hatori, de cinco o seis años, es emblemático. Vestido con su kimono de fiesta, en el lugar del suplicio se acercó al cadáver de su padre, martirizado unos momentos antes, se bajó el kimono de los hombros, se arrodilló, juntó las manos para orar y presentó su cuello desnudo ante los verdugos aterrorizados; estos no acertaron en el primer golpe, hiriéndolo en el hombro y tumbándolo a tierra, de donde se levantó para seguir arrodillado en oración; murió decapitado pronunciando los nombres de Jesús y María. Algo parecido pasó con el niño Tomás, de trece años, hijo de Miguel; este niño tenía el brazo izquierdo atrofiado, pero lo levantó con su brazo derecho para morir en actitud de oración (cf. P. Pasio, o.c., cap. 9, foll. 328-330).
Extractado -con apenas cambios redaccionales- de la presentación realizada por monseñor Juan Esquerda Bifet, OR, edición en lengua española, 28 de noviembre de 2008, p. 10.