Luis (Exarc) Beltrán nació en Barcelona, pariente por parte de madre de San Luis Beltrán, y por ello dejó su apellido paterno y se apellidaba solamente Beltrán. Parece que nació el año 1593 pero el dato no es seguro. Con unos quince años entra en la Orden de Predicadores en el convento de Santa Catalina de su ciudad natal y hace la profesión religiosa. Pese a su delicada salud, era un religioso muy austero y penitente y tenía el aprecio de sus superiores que lo enviaron al estudio dominico de Orihuela. Ya ordenado sacerdote es invitado, en 1618, por el obispo Diego Aduarte a ofrecerse para las misiones de Filipinas, y así lo hace, siendo aceptada su oferta. Viaja a pie hasta Sevilla, en cuyo convento de San Pablo se hospeda, y en su puerto se embarca para Filipinas. Aquí se le manda aprender tagalo para hacer apostolado entre los nativos, y visto su buen trabajo se le pide que aprenda chino para el trabajo evangeüzador con los muchos chinos que había en Filipinas, y así lo hace. En 1623 se plantea la necesidad de enviar misioneros a Japón a sustituir a los que habían muerto por martirio o fatigas. Se ofrece Luis y con otros tres compañeros, vestido como caballero español, viaja a Japón y desembarca sin ningún problema. Se dedica primero a aprender el idioma, y es recibido como un ángel por los perseguidos cristianos que enseguida le toman un singular aprecio. Trabajó mucho y bien, sostuvo a los cristianos en la fe y logró atraer a otros muchos a ella. Para su propia salvaguarda, vivía en una cabaña entre las cabañas de los leprosos. Iba de un pueblo a otro con gran energía espiritual, pero con sumo sacrificio y trabajo, dispuesto siempre a desgastarse por las almas. Llegó a visitar a cristianos que hacía veinte años no habían recibido los sacramentos. Por fin se produjo su detención el 28 de julio de 1626, fue en una casa de leprosos y a causa de la delación de un apóstata. Fue llevado a la horrible cárcel de Omura. Estuvo en esta cárcel todo un año con los que le habían hospedado, padeciendo privaciones y crueldades, pero teniendo el consuelo de poder celebrar la eucaristía y dar el hábito religioso a sus compañeros de cárcel.
Mancio De La Cruz era un cristiano japonés, fervoroso catequista, que había adoptado el apelativo «de la Cruz» cuando encontró en el tronco de un madero dos cruces admirablemente grabadas, y que a él le pareció que le anunciaban el martirio. Estaba con el P. Luis Beltrán cuando fue hecho preso y al llegar con él a la cárcel le pidió el santo hábito, haciendo el noviciado en la prisión y profesando como hermano lego.
Pedro De Santa María era cristiano desde pequeño y había demostrado desde su infancia una gran inclinación a la piedad. Era catequista y ejercía su oficio con gran celo, acompañando y guiando con gran prudencia a los misioneros en los viajes. El P. Luis Beltrán lo apreciaba sobremanera. Tenía dieciséis años cuando lo hicieron preso junto con el P. Luis. En la cárcel de Omura hizo el noviciado y con los 17 años ya cumplidos hizo la profesión en la prisión. El día 29 de julio de 1627 fueron llevados al lugar del suplicio, donde les ataron a sendos postes, rodeados de leña a la que prendieron fuego. El P. Luis animó a sus compañeros de martirio, los cuales se sumaron a él en alabar y bendecir a Dios hasta que se quemaron sus cuerpos y sus almas volaron al cielo. Fueron beatificados el 7 de julio de 1867 por Pío IX.