Tal como veníamos celebrando en fechas recientes, nuevamente un profeta «menor», es decir, perteneciente al grupo que en la Biblia hebrea (Tanaj) ocupa un solo libro, llamado «Los Doce», y que en la nuestra se suceden como «Los doce profetas menores». De casi ninguno de ellos tenemos datos que nos permitan reconstruir con cierta plausibilidad su vida. En el caso de Ageo, a falta de datos biográficos, podemos situar sus cuatro breves oráculos en un tiempo, un lugar y una situación histórica concretos: entre agosto y diciembre del 520 aC (Ag 1,1; 2,1; 2,10; 2,20). El pueblo de Judá hace unos años que está volviendo del exilio babilónico; el retorno comenzó en el 535, con el decreto de Ciro, rey de Persia y «redentor de Israel» (expresión que le aplica Isaías). Sin embargo ese retorno no tiene las características esplendorosas que el profeta de la esperanza durante el destierro, ese Segundo Isaías (Is 40-54) había cantado: en esos 50 años muchos judíos se afincaron en Babilonia, echaron raíces y no se unieron al retorno, la vuelta de los que sí quisieron volver es vista con recelo por los habitantes del lugar, ellos mismos -los retornados- miran como extraños y aun hostiles a los samaritanos residentes y rechazan su ayuda, la religión había derivado por caminos diversos de desarrollo entre los exiliados en Babilonia, los que quedaron en el lugar y los que huyeron al norte de Egipto, se hace difícil compaginar...
En ese contexto surge una pregunta fundamental: ¿debe reconstruirse el Templo? La pregunta esconde un doble problema:
-para algunos significará si el Dios de Israel desea volver a habitar en una Casa, o si todo lo que les había sucedido no fue sino por no ser fieles a la religión ambulante, errante, del Éxodo, de los tiempos primigenios en que Dios se comunicaba «cara a cara» con Moisés y les daba de manera directa sus mandatos;
-para otros la pregunta por la reconstrucción del Templo tiene un matiz más terrible: ¿puede merecer una Casa el Dios que dejó a Israel tirado entre los gentiles durante 50 años?
En cualquier caso, no hay vientos favorables para la reconstrucción; y la excusa es -como solemos hacer los seres humanos- pura lógica: ¿cómo ocuparse de reconstruir la Casa si aun no tenemos siquiera casas? ya vendrá el momento de ocuparse de eso.
Ageo, aunque breve y parco de palabras (su libro ocupa apenas dos capítulos, 38 versículos en total), fue el primer profeta postexílico, y el que, de parte de Dios, ayudó a mantener vivo el espíritu isaiano de la ilusión a la vuelta del Destierro, instando en nombre de Dios a la reconstrucción del Templo. Precisamente ese único interés del libro en el Templo ha hecho que en la tradición se atribuyera a Ageo ser sacerdote, cosa que de ninguna manera se verifica ni por el libro ni por ningún testimonio secundario, ni bíblico ni extrabíblico. La obra carece de la simetría propia de una composición poética, como suelen ser los profetas bíblicos, por lo cual se suele suponer que lo que tenemos no es tanto la predicación de Ageo cuanto un resumen de sus oráculos escrito con posterioridad, algo así como un «apunte para que no se pierda»; y en verdad es difícil imaginar un predicador profético que no acuda a las formas poéticas habituales: el paralelismo, la antítesis, etc. Sin embargo, tras ese estilo de prosa que no nos permite imaginar bien al predicador que encendiera en el pueblo el deseo de construir de nuevo el Templo, debió haber habido un verbo poderoso, porque efectivamente el pueblo se inflamó de nuevas expectativas y se dio a la tarea postergada de reconstruir la Casa.
La promesa de Ageo, «Grande será la gloria de esta Casa, la de la segunda mayor que la de la primera, dice Yahvé Sebaot» (2,9) no se cumplió inmediatamente, sin embargo llegaron a ver ese esplendor los contemporáneos de Jesús, luego de las reformas y ampliaciones de la Casa ordenadas por Herodes el Grande -¡qué profunda contradicción habrán sentido los judíos que escucharon a Jesús, pretendiendo también él, como los antiguos profetas, la autoridad del propio Yahvé, decir que esa Casa, la prometida, sería destruida! ¡qué consternación más grande cuando en el 70 fue efectivamente destruida!-, pero no estamos ahora en esa época, sino en la de Ageo, que ante una Casa en ruinas y ante un pueblo espiritualmente más en ruinas todavía, proclama la única fórmula que podía valer como palabra de Dios, y que aun sigue valiendo para cuando hoy nos desmoronamos, sea en nuestra vida personal, sea en las inevitables sacudidas que sigue viviendo la Casa de Dios; una fórmula que podría tomarse como la síntesis del mensaje de Ageo, y que de hecho repite cuatro veces:
«Aplicad el corazón a vuestros caminos» (Ag 1,5; 1,7; 2,15; 2,18)
El «caminar según Dios» es «caminar aplicando el corazón»: qué sencillo parece, pero necesitamos una y otra vez que un profeta -con la autoridad del propio Dios- nos lo recuerde.
Bibliografía:También para Ageo hay una introducción breve pero útil en el prólogo a los Profetas Menores en Biblia de Jerusalén. Sigue siendo válida la seria y pertinente introducción desde el punto de vista de la crítica histórica del Comentario Bíblico «San Jerónimo», tomo II, págs 137ss. También se trata de este profeta a propósito del conjunto de «Los últimos profetas», en el cuaderno bíblico Verbo Divino, nº 90. El libro de Ageo puede leerse en la sección de Biblia de ETF en distintas versiones. Una somera aproximación a los recursos poéticos en la Biblia y cómo reconocerlos puede encontrarse en un artículo introductorio mío al tema.
Imagen: El profeta Ageo, por Giovanni Pisano, 1285-95, escultura de mármol, alt: 61 cm, en el Duomo de Siena.