En el siglo XII, las nobles casas de Brabante y Hainaut se disputaron constantemente la extensa y poderosa diócesis de Lieja. El obispo de dicha sede ejercía forzosamente gran influencia en la política de su tiempo. Precisamente, la costumbre abusiva, pero tan común en aquella época, de emplear una sede como instrumento político fue la causa de la muerte violenta de Alberto de Lovaina. Había nacido éste en 1166. Era hijo de Godofredo, duque de Brabante, y de Margarita de Linburgo. Pasó la niñez en el castillo que tenía su padre en la colina de Lovaina, que se llama actualmente Mont-Cesar, en la que hay una abadía benedictina muy conocida. Desde muy joven se escogió a Alberto para el estado clerical. A los doce años se le nombró canónigo de Lieja; pero a los veintiún años, el joven renunció a ese beneficio y pidió a Balduino V, conde de Hainaut, que le diese el espaldarazo de caballero. Balduino accedió y le envió a combatir a sus enemigos. Dado lo que aconteció después, podemos suponer que Alberto tenía la intención de partir a la Cruzada. En efecto, cuando el cardenal Enrique de Albano, legado pontificio, predicó algunos meses más tarde la Cruzada en Lieja, uno de los que «tomaron la cruz» fue Alberto. Pero, por la misma época, abrazó la vida clerical y recibió nuevamente su canonjía. Ignoramos qué fue lo que provocó este curioso incidente. Lo cierto es que Alberto no fue nunca al Oriente, ni como soldado ni como clérigo. Al año siguiente, fue nombrado archidiácono de Brabante y, a ésa siguieron otras dignidades. Sin embargo, aunque Alberto era archidiácono y preboste por oficio, sólo había recibido el subdiaconado.
En 1191 murió el obispo de Lieja. Los dos candidatos a la sucesión se llamaban Alberto, ambos eran archidiáconos y ninguno de los dos era presbítero. El otro era Alberto de Rathel, diácono, primo de Balduino de Hainaut y tío de la emperatriz Constancia, esposa de Enrique IV. Un cronista de la época dice que acudieron a la elección, que tuvo lugar en Lieja, muchos duques, condes y hombres de armas. Pero Alberto de Lovaina era claramente el candidato de mayores cualidades, y el capítulo le eligió por una mayoría aplastante. Entonces, Alberto de Rethel apeló a su pariente, el emperador, quien era enemigo del hermano de Alberto de Lovaina, Enrique de Brabante. El emperador convocó a ambas partes a Worms. Prácticamente, todo el clero de Lieja estaba en favor de san Alberto, en tanto que sólo una minoría de canónigos apoyaban a Alberto de Rethel. Pero el emperador, en vez de fallar en favor de uno de los dos, anunció que había concedido la sede al preboste de Bonn, Lotario, a quien acababa de nombrar canciller imperial a cambio de tres mil marcos. San Alberto manifestó serenamente al emperador que su elección era canónicamente válida, le reprochó el coartar la libertad de la Iglesia y apeló a la Santa Sede. En seguida, partió para Roma por caminos poco transitados y disfrazado de criado, pues el emperador quería detenerle. Él mismo cuidaba su caballo por la noche, ayudaba en la cocina y, en cierta ocasión, llegó incluso a limpiar las botas de un criado que se lo pidió. El papa Celestino III, después de madura deliberación, declaró que la elección de san Alberto había sido válida y la confirmó.
Sin embargo, san Alberto no pudo tomar posesión de su sede a su regreso, pues Lotario se había apoderado de ella y además, el arzobispo Bruno de Colonia, que era ya anciano y estaba enfermo, no se atrevió a consagrarle por miedo al emperador. El papa Celestino, previendo eso, había autorizado al arzobispo Guillermo de Reims a consagrar y ordenar a san Alberto en su diócesis. Mientras el santo se hallaba en Reims, llegó a la ciudad la noticia de que el emperador había ido a Lieja a exterminar a san Alberto y sus partidarios. El tío de san Alberto quería partir con un grupo de nobles para enfrentarse con el emperador y defender los derechos de su sobrino, pero éste, que tenía una idea más alta de los deberes de un cristiano, prefirió permanecer en el destierro para evitar la guerra. Entre tanto, el emperador tomó severas medidas contra el clero de Lieja, obligó a someterse a los partidarios de san Alberto y partió a Maastricht, donde urdió un nuevo plan. El 24 de noviembre de 1192, al cabo de casi diez semanas en Reims, san Alberto fue a visitar la abadía de San Remigio, fuera de las murallas. Ciertos caballeros alemanes, que le esperaban en un paso muy estrecho, le dieron muerte. Toda la ciudad se estremeció de horror. San Alberto fue sepultado con grandes honores en la catedral, el emperador Enrique tuvo que hacer penitencia, y Lotario fue excomulgado y se vio obligado a huir.
La historia de las reliquias del santo es interesante. En efecto, en 1612 sus presuntas reliquias fueron trasladadas de Reims a la iglesia del convento del Carmelo, en Bruselas. Con tal ocasión, el papa Paulo V concedió una misa y un oficio de san Alberto a todas las iglesias de Bruselas y a la catedral de Reims. En 1919, cuando se limpió de escombros la catedral de Reims, tras los bombardeos alemanes, se abrió la supuesta tumba de Odalrico, un arzobispo del siglo X. El contenido intrigó a las autoridades, las cuales nombraron una comisión de clérigos, arqueólogos y médicos para que estudiasen los restos. En 1921, la comisión declaró unánimemente que el esqueleto de la tumba de Odalrico era el de san Alberto de Lovaina y que las reliquias trasladadas a Bruselas en 1612, habían sido las de Odalrico. No obstante, no cabe No se acusar de fraude a los canónigos del siglo XVII: la comisión puso en claro que la confusión de las inscripciones de las dos tumbas podía muy fácilmente haber sido la causa del error. En respuesta a la petición de un miembro belga de la comisión, quien quería que el capítulo metropolitano de Reims cumpliese la promesa que había hecho tres siglos antes de enviar a Bélgica las reliquias de san Alberto, Mons. Neveux, obispo auxiliar de Reims dijo que no podía dar una respuesta definitiva por el momento, pero que, en su opinión, «las promesas solemnes no eran simplemente papeles inútiles». Por su parte, el cardenal Mercier, arzobispo de Malinas, después de reunir todas las porciones dispersas de los restos de Odalrico, los envió nuevamente a Reims. El 18 de noviembre de 1921 el cardenal Lugon, arzobispo de Reims, entregó las verdaderas reliquias de san Alberto a Mons. Van Cauwenvergh y a Dom Sebastián Braun, O.S.B., a quienes el primado de Bélgica había comisionado para recibirlas. Una importante reliquia del santo fue separada del resto y enviada a Reims.
Heller publicó en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores, vol. XXV, pp. 137-168, una biografía verídica de san Alberto, escrita por un contemporáneo suyo. Acerca de la identificación de las verdaderas reliquias en Reims, cf. Analecta Bollandiana, vol. XL (1922), pp. 155.170. Véase igualmente a David en Histoire de St Albert de Louvain (1848); B. del Marmol, St Albert de Louvain (1922), en la colección Les Saints; y E. de Moreau, St Albert de Louvain (1946).