Andrés nació en Damasco a mediados del siglo VII. A pesar de la elocuencia que poseyó en su edad madura, se cuenta que hasta la época de su primera comunión, que recibió a los siete años, era muy poco locuaz. A los quince años de edad, se trasladó a Jerusalén, por lo cual se le da algunas veces el título de san Andrés de Jerusalén. En dicha ciudad se hizo monje del monasterio de San Sabas y, en el monasterio del Santo Sepulcro recibió el lectorado y el subdiaconndo.
El patriarca de Jerusalén, Teodoro, le envió el año 685 a Constantinopla a reiterar la adhesión de su Iglesia al sexto Concilio ecuménico (Constantinopla III), que acababa de condenar la herejía monotelita. San Andrés se quedó en Constantinopla y fue ordenado diácono de la Gran Basílica; además, se le confió el cuidado de un orfanato y de un hospicio de ancianos. Poco después, debido a sus cualidades de carácter y a sus habilidades, fue elegido arzobispo de Cortina, la sede metropolitana de Creta. Ahí se dejó envolver en la última oleada del monotelismo. En efecto, el año 711, Filípico Bardanes se apoderó del trono imperial, quemó las actas del sexto Concilio ecuménico, restableció en los dípticos litúrgicos los nombres que dicho Concilio había anatematizado y reunió un sínodo para que ratificase su proceder. Andrés asistió a dicho sínodo el año 712; pero al año siguiente, se arrepintió de ello y firmó sin vacilar la carta de excusa que su patriarca escribió al Papa Constantino, después de que Anastasio II arrojó a Bardanes del trono imperial.
San Andrés se distinguió el resto de su vida como predicador y autor de himnos. Se conservan más de veinte sermones suyos, que han sido publicados. Sus himnos dejaron una huella perdurable en la liturgia bizantina. Según se dice, él fue quien introdujo la forma himnódica llamada «kanon». En todo caso, está fuera de duda que escribió numerosos himnos, en ése y otros ritmos parecidos; algunos de ellos se cantan todavía. Desgraciadamente, el ritmo del «kanon» se presta mucho a la verbosidad. San Andrés compuso un «kanon» de 250 estrofas, que solía cantarse en la Cuaresma, «con gran dificultad y fatiga para los pulmones», según escribió Combefis. Las homilías de san Andrés tienen cierta importancia en la historia de la mariología, y han alcanzado un lugar en algunas celebraciones del ciclo litúrgico actual, ya que fragmentos de ellas se leen como segunda lectura del Oficio de Lecturas en la Fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, en la Fiesta de la natividad de la Santísima Virgen María y en el Domingo de Ramos (el mismo se lee también el martes de la XXXIII semana del TO).
No hay que confundir a este san Andrés con el san Andrés de Creta, llamado «el Calibita» (celebrado el 20 de octubre). S. Vailhé, en Echos d'Orient, vol. V (1902), pp. 378-387. Acerca de los himnos y homilías de San Andrés, véase Bardenhewer, Patrology (trad. ingl.), p. 567. Nilles, Kalendarium Manuale, vol. II, pp. 147-156; y J. M. Neale, Hymns of the Eeastern Church. El Gran Canon cuaresmal al que hace referencia el artículo se utiliza en la Cuaresma ortodoxa; puede leerse aquí una traducción castellana.