Al fin de un artículo de estudio sobre san Avito y los santos de Micy, en la Analecta Bollandiana, el padre Albert Poncelet S.J. explica a sus lectores que existe una amplia diferencia entre las «pruebas del culto» y las narraciones biográficas: «La primera, es decir, la prueba del culto, atestigua la existencia real del santo y el hecho de que se le rinde devoción desde hace tiempo. Pero hacemos frente a un asunto enteramente distinto, al tratar con biografías recopiladas dos o tres siglos después de la muerte del héroe, que a menudo contienen una colección de tradiciones no muy dignas de confianza. Por el honor del santo y en el interés de una buena y auténtica biografía, hay que ir con extremo cuidado para no dejarse arrastrar por aquéllos que, no contentos con venerar a los santos, imaginan que el respeto por ellos incluye una especie de canonización de las fábulas con que la posteridad ha pretendido enaltecer su gloria; desgraciadamente, no siempre corresponde la recopilación de los hechos con la piedad del autor.»
Es indudable que San Avito fue un personaje real: san Gregorio de Tours nos informa que era un abad en la región de Francia que formaba la antigua provincia de Perché, que suplicó en vano al rey Clodomiro para que perdonara la vida a san Segismundo de Burgundia, a su esposa y a sus hijos, a quienes el monarca tenía presos, y que fue enterrado cerca de Orléans, donde se le veneraba grandemente. San Gregorio visitó la Iglesia que se había erigido en su honor; él mismo indica, al hablar de los milagrosos poderes atribuidos al santo, que un ciudadano de Orléans, al negarse a observar la fiesta de Avito porque necesitaba trabajar en su huerto, fue castigado con una penosa enfermedad de la que no sanó hasta que hubo visitado la iglesia del santo para rendirle el homenaje que le debía.
Esto es todo lo que sabemos sobre San Avito, a pesar de sus numerosas biografías, ninguna de las cuales es anterior al siglo noveno. Todas ellas forman parte de una tentativa que se hizo cuando la abadía de Micy recuperó su prestigio bajo el gobierno de los benedictinos, para dar lustre y esplendor a una poco gloriosa época de su historia pasada, por el procedimiento de incluir en la lista de sus antiguos abades a varios santos venerados en las regiones de Orléans y Le Mans, pero de quienes apenas si se sabía algo. La leyenda de san Avito aparece con muchas variaciones en las supuestas biografías y afirma que ingresó a la abadía de Micy como hermano lego. Su ignorancia, rayana en la simpleza, fue el motivo de que todos le despreciaran, a excepción del abad, san Maximino, que reconoció la santidad de Avito y le nombró celador. Pero éste prefirió abandonar la abadía y buscar la soledad. A la muerte de Maximino, los monjes de Micy buscaron a Avito y le eligieron abad. Pero tras una breve estancia en la abadía, escapó de nuevo y se llevó consigo a san Calais (Carilefus), para vivir en la reclusión en los límites del Perché. Cuando llegaron otros monjes para imitarlos, san Calais se retiró a los bosques de Maine; pero el rey Clotario construyó una iglesia y una abadía para San Avito y sus compañeros, en el lugar que ahora se conoce como Châteaudun. Ahí murió en el año 530 (?).
Para el texto sobre la vida de San Avito, véase el Acta Sanctorum, junio, vol. IV; los bolandistas imprimieron otro texto completo en su catálogo de manuscritos hagiográficos de la Biblioteca de Bruselas, vol. I, pp. 57-63. El artículo de Albert Poncelet al que nos referimos arriba, se halla en la Analecta Bollandiana, vol. XXIV (1905), pp. 5-97.