Cuando John Meier, uno de los mayores especialistas actuales en los aspectos históricos del Nuevo Testamento, afronta en «Un judío marginal» la cuestión de presentar uno a uno los miembros del grupo apostólico de «Los Doce», no comienza con Pedro sino con Bartolomé, con estas palabras: «Comencemos por los casos sin la menor esperanza. Mencionado en las cuatro listas de los Doce, Bartolomé no vuelve a aparecer en el NT» (op. cit. tomo III, pág. 216). Por muy buena voluntad que se quiera poner, a esto se reduce la evidencia histórica sobre Bartolomé, y no es posible, ni siquiera en el contexto menos riguroso que una obra histórica, agregar otros conocimientos sólidos sobre el personaje.
Sin embargo, como sabemos sobradamente por experiencia, nunca ocurrió que el saber popular sobre la fe se haya quedado tranquilo flotando en la nube del no-saber, así que donde acaban las certezas comienzan las especulaciones. Por lo pronto, sobre el nombre puede decirse que no parece ser propiamente un nombre sino más bien «un patronímico arameo: Bar Tálmai, con el significado de 'Hijo de Tolmi' (AT LXX Jos 15,14) o 'Hijo de Tolomeo' (cfr Josefo, Ant. 20.1.1 §5). Obviamente, esto no nos dice nada.» (Meier, op cit). A su vez hacia el siglo IX se estabiliza la tradición que identifica al Bartolomé de las listas de «Los Doce» con el Natanael del evangelio de Juan; ¿por qué? porque en tres de las cuatro listas de los Doce se nombra a Bartolomé después de Felipe, y en el cuarto evangelio Felipe presenta a Natanael. Éste es todo el motivo de la identificación. ¿Que parece escaso fundamento? ¡pues no hay ni nunca hubo otro! Autores más antiguos que esa tradición, como san Agustín o san Gregorio Magno, muy dados a aceptar algunas explicaciones de ese mismo tenor, no sólo desconocen la supuesta identidad entre Bartolomé y Natanael, sino que no consideran a Natanael uno de los Doce, lo que es probablemente cierto.
¿De qué nos sirven todos estos datos «negativos»? Como primera medida, para no creer que sabemos lo que no sabemos. Eso es ya algo muy valioso. En segundo lugar para ayudarnos a depurar nuestros usos de la palabra «tradición». Decimos, por ejemplo, que la asunción de la Virgen no es un dogma que esté en el Nuevo Testamento, sino que lo hemos recibido «por tradición»; también decimos que «la tradición afirma» que Bartolomé y Natanael son la misma persona. En uno y otro caso estamos usando la palabra «tradición» en sentidos distintos: en el primero afirmamos que un aspecto de la fe, aunque no haya sido consignado por escrito en el NT, proviene de los albores de la fe, desde su época apostólica, y fue creído de manera constante e ininterrumpida por la Iglesia; es el uso «técnico» de la palabra tradición. Mientras que en el caso de Bartolomé-Natanael todo lo que afirmamos es que ese «conocimiento» lo hemos recibido del pasado remoto y su fundamento es muy difícil de rastrear, tanto que posiblemente no tengamos ninguna manera de verificarlo. La tradición en este segundo sentido es muy útil para rellenar las lagunas de nuestro escaso saber sobre los primeros tiempos de la Iglesia, nos permite componer imaginativamente el pasado; pero hay que evitar traspasar esa utilidad y convertir esas tradiciones históricas, dudosas y esencialmente falibles, en pseudo-afirmaciones de fe; precisamente para que no pierdan sentido ni profundidad las auténticas tradiciones que definen la fe, como el mencionado ejemplo de la fe en la asunción de la Virgen, o muchos más que forman un tejido que nos conecta, no por textos mudos sino por fe vivida, con el inicio mismo de la Iglesia.
Resumamos con Butler las restantes tradiciones en torno a san Bartolomé, siempre con la salvedad del escasísimo fundamento que poseen: «San Bartolomé predicó el Evangelio en la India; habiendo ido después a la Armenia Mayor, convirtió a muchas gentes, por lo cual los bárbaros le despellejaron vivo, y el rey Astiajes le mandó decapitar ...», así decía el antiguo Martirologio Romano. Según el relato popular el martirio tuvo lugar en Albanópolis (actualmente Derbend, en la costa occidental del Mar Caspio). Bartolomé predicó también en Mesopotamia, Persia, Egipto y otros países. Eusebio (siglo IV) es el primero que hace mención de la India. En efecto, dicho autor refiere que san Panteno había ido a la India unos cien años antes ("para predicar a los brahamanes", según añade San Jerónimo) y encontró a algunos indígenas que conocían el nombre de Cristo; dichos indígenas le mostraron una copia del Evangelio de San Mateo, en caracteres hebreos y le dijeron que era la que llevaba san Bartolomé consigo cuando había ido a evangelizar el país. Pero debe advertirse que los escritores griegos y latinos de la época aplicaban el nombre de «India» a Arabia, Etiopía, Libia, Partia, Persia y las tierras de los medos. Probablemente el sitio en el que estuvo Panteno fue Etiopía o la Arabia Saudí, o ambas. Otra leyenda oriental afirma que san Bartolomé encontró a san Felipe en Hierápolis de Frigia y fue con él a Licaonia; San Juan Crisóstomo sostiene que san Bartolomé evangelizó a los licaonios. No es imposible que san Bartolomé haya muerto realmente en Armenia, como lo afirman unánimemente todos los historiadores posteriores de ese país; pero lo cierto es que los escritores armenios primitivos apenas hacen mención de san Bartolomé cuando hablan de la evangelización de su país. La leyenda de las translaciones de sus restos es todavía más complicada que la de sus viajes. Las pretendidas reliquias del Apóstol se hallan actualmente en Benevento y en la iglesia romana de san Bartolomé junto al Tíber. El nombre de San Bartolomé no es tan famoso en los apócrifos como los de San Andrés, Santo Tomás y San Juan, sin embargo, un escrito apócrifo, del que se conserva un texto griego y varias traducciones latinas, narra el apostolado y el martirio del santo. El evangelio apócrifo de San Bartolomé es uno de los textos que condenó el decreto seudogelasiano. El relato del martirio de San Bartolomé no dice que haya sido despellejado vivo antes de ser decapitado, pero el dato se halla en el Breviarium Apostolorum, incluido en ciertos manuscritos del Martirologio Jeronimiano.
Pueden verse los textos de los apócrifos atribuidos al santo en Acta Sanctorum, agosto, vol. v; en Tischendorf, Acta Apostolorum Apocrypha, pp. 243-260; y en Bonnet, Act. Apocryph., vol. V, pte. I, pp. 128 ss. Existen también importantes fragmentos de un evangelio apócrifo de San Bartolomé (cf. Revue Biblique, 1913, 1921 y 1922), y se conservan huellas de unas Actas de Andrés y Bartolomé en copto. Probablemente, el cuchillo que aparece en tantas representaciones de san Bartolomé hace alusión al despellejamiento. Acerca de San Bartolomé en el arte, cf. Künstle, lkonographie, vol. II, pp. 116-120. Las referencia de Eusebio sobre san Bartolomé puede verse en Historia Eclesiástica V,10,3. Una comparativa de las listas de Los Doce, con la cuestión de Bartolomé-Natanael puede verse en Com. Bíb. «San Jerónimo» tomo V, pág.752ss. Algunas partes de la bibliografía y el cuarto parrafo de este escrito están tomados a la letra del Butler-Guinea, 24 de agosto.