Si se exceptúa a san Simeón, el primero y más grande de todos los estilitas (es decir, los eremitas orientales que vivían sobre una stylos o columna), el más famoso de ese grupo de santos es san Daniel. Sus padres, que habían rogado a Dios que les concediese un hijo, le consagraron a Él desde antes de su nacimiento. Daniel nació en Martha, cerca de Samosata. A los doce años, ingresó en un monasterio de los alrededores y a los trece tomó el hábito. El abad del monasterio llevó a Daniel por compañero en un viaje a Antioquía. Al pasar por Telenissae, visitaron a san Simeón en su columna. Éste ordenó a Daniel que se acercase, le dió su bendición y le predijo que sufriría mucho por Jesucristo. A la muerte del abad, ocurrida poco después, Daniel fue elegido para sucederle pero se negó a aceptar el cargo y fue nuevamente a visitar a san Simeón. Después de pasar dos semanas en el monasterio próximo a la columna de san Simeón, Daniel emprendió una peregrinación a Tierra Santa, pero, como la guerra le impidiese proseguir, se dirigió a Constantinopla. Allí pasó una semana en la iglesia de San Miguel extramuros, y después, se construyó una ermita en un templo abandonado de Filémpora, donde pasó nueve años, bajo la protección del patriarca san Anatolio. Finalmente, Daniel se decidió a imitar el género de vida de san Simeón, quien había muerto el año 459. San Simeón había legado su túnica al emperador León I, pero como su discípulo Sergio, encargado de hacer llegar la prenda a su destinatario, no obtuvo audiencia del emperador, regaló la túnica a san Daniel. Éste eligió un sitio sobre el Bósforo, a unos cuantos kilómetros de la ciudad, y se instaló en una ancha columna que un amigo le había mandado construir. Como el santo hubiese estado a punto de perecer de frío una noche, el emperador le construyó más tarde una columna más alta y mejor, en realidad eran dos columnas unidas con varillas, y en la plataforma superior rodeada por una balaustrada, había una especie de refugio.
Aunque en la región abundaban los vientos helados, san Daniel vivió en su columna hasta los ochenta y cuatro años. La ordenación sacerdotal de Daniel tuvo lugar allí mismo. En efecto, Genadio, patriarca de Constantinopla, leyó las oraciones desde abajo, en seguida subió a la columna, probablemente para imponerle las manos, aunque las crónicas dicen simplemente que subió para darle la comunión. San Daniel no quería recibir la ordenación y por ello no bajó de la columna en esa ocasión. El año 465, un incendio destruyó ocho de los barrios de Constantinopla. San Daniel había predicho la catástrofe y había aconsejado al patriarca y al emperador que se hiciesen oraciones públicas dos veces por semana, pero éstos no habían creído la profecía. Al cumplirse el vaticinio, todo el pueblo acudió a la columna de san Daniel, quien extendió los brazos hacia el cielo y oró por la multitud. El emperador León, que tenía gran veneración por el santo, iba a visitarle con frecuencia. Cuando el rey de los lazios de Cólquide llegó a renovar su alianza con los romanos, León I le llevó a visitar a san Daniel, a quien consideraba como una de las maravillas del imperio. Sin embargo, no todos respetaban al santo. En efecto, algunos hombres «que solían frecuentar a las prostitutas», enviaron a una mujer de mala vida llamada Basiana, para tentar a san Daniel. La tentativa fracasó, pero Basiana afirmó que había tenido éxito, hasta que, enredada en sus propios embustes, confesó públicamente la verdad y delató a los que la habían enviado. León I murió el año 474. Zenón, que le sucedió en ese mismo año, tenía tanta confianza como León en la prudencia y virtud de san Daniel. Basilisco, hermano de la reina viuda Verina, usurpó el trono y se declaró protector de los herejes eutiquianos. Acacio, patriarca de Constantinopla, mandó informar a san Daniel sobre la actitud del usurpador. Por su parte, Basilisco se quejó ante el santo de que Acacio estaba tramando una rebelión contra él. San Daniel replicó que Dios iba a derribarle de su trono y pronunció tales invectivas contra el usurpador, que el mensajero no se atrevió a comunicárselas de palabra y rogó al santo que las escribiese y sellase la carta. El patriarca mandó pedir en dos ocasiones a san Daniel que acudiese en auxilio de la iglesia. Finalmente, el santo descendió de su columna «con dificultad, porque le dolían los pies», y fue acogido con gran gozo por el pueblo. Basilisco, asustado ante la actitud de la muchedumbre, se retiró a un palacio que tenía en el campo. San Daniel fue a verle allá. Como apenas podía caminar por falta de práctica, fue transportado en una silla de manos, escoltado por el pueblo.
Alguien comentó, para burlarse del santo, que parecía un cónsul. Los guardias de palacio impidieron la entrada a san Daniel, y el Emperador alegó que él era «simplemente un soldado», y prometió que dejaría de favorecer a los herejes. San Daniel le reprendió ásperamente por los desórdenes que había provocado y retornó a su columna. Allí vivió todavía muchos años, observando los acontecimientos del mundo que se extendía a sus pies y ejerciendo gran influencia en la turbulenta historia de Constantinopla. Zenón volvió de Isauria con su ejército veinte meses más tarde y Basilisco emprendió la fuga. Una de las primeras cosas que hizo el emperador fue visitar a san Daniel, quien había predicho su destierro y reencumbramiento.
A los ochenta y cuatro años, san Daniel comunicó su testamento a sus amigos y discípulos. Se trataba de un documento brevísimo, lleno de un amable espíritu de caridad y cariño, en el que el santo exponía sucintamente los deberes del hombre. Después de celebrar por última vez los sagrados misterios en su columna, san Daniel comprendió que Dios ya lo llamaba. Inmediatamente mandó traer al patriarca Eufemio. La muerte del santo ocurrió el año 493. Fue sepultado al pie de la columna en que había vivido treinta y tres años.
Delehaye estudia cuidadosamente la vida de los estilitas más famosos, en su monografia titulada Les Saints Stylites (1923). Allí se encontrará una edición crítica de la larga biografía griega de san Daniel (pp. 1-94), un compendio muy antiguo (pp. 95-103), y la adaptación hecha por Metafrasto (pp. 104-147); en el prefacio (pp. XXXV a LVIII) hay una descripción de los diversos manuscritos que empleó el autor y un resumen de la vida del santo. La biografía principal fue escrita por un contemporáneo que fue probablemente discípulo de san Daniel. Se trata de un documento hagiográfico de gran valor; las otras fuentes históricas de ese período demuestran su exactitud. Dicha biografía fue publicada por primera vez en Analecta Bollandiana, vol. XXXII (1913) . Hay una excelente traducción inglesa, con introducción y notas en la obra de E. Dawes y N. H. Baynes, Three Byzantine Saints (1948) . Véase también H. Lietzmann, Byzantinische Legenden (1911), pp. 1-52.