En los «Diálogos» de san Gregorio Magno, se menciona varias veces a «ese santo varón, el buen padre Eleuterio», y se dan crónicas sobre ciertos milagros obrados por él, según afirman sus monjes. Era abad del monasterio de San Marco, cerca de Spoleto. Cierta vez, que estaba en un convento de monjas, se llegó a él una de las hermanas para pedirle que se hiciera cargo de un niño a quien los malos espíritus perturbaban todas las noches. Eleuterio accedió, y durante algún tiempo nada volvió a ocurrirle al niño, de manera que se dijo para sí: «El diablo les ha jugado una mala pasada a las hermanas; pero ahora, cuando tiene que vérselas con verdaderos siervos de Dios, no se atreve a molestar al niño». Como una rápida contestación del cielo a aquellos pensamientos vanidosos, el niño sufrió un violento ataque. Eleuterio se sintió arrepentido, confesó sus culpables pensamientos a sus hermanos y les hizo esta proposición: «Que ninguno de nosotros vuelva a probar bocado hasta que el niño quede desposeído». Todos aceptaron la penitencia y no cesaron de orar hasta que el niño quedó curado. Un Sábado Santo, san Gregorio estaba enfermo y no podía ayunar, por lo que, según nos dice, se hallaba muy conturbado. «Al descubrir que en aquella sagrada vigilia, en la que no sólo los adultos sino hasta los niños ayunan, yo no podía hacerlo, sentí mayores penas por esa abstención que por mi mal». De manera que fue a pedirle a Eleuterio que orase por él a fin de que pudiera unirse al pueblo en la penitencia. Por virtud de aquellas plegarias, san Gregorio pudo ayunar sin malestares. San Eleuterio vivió durante muchos años en el monasterio de San Gregorio en Roma y ahí murió.
Nada más que lo anotado sabemos sobre Eleuterio, y eso es todo lo que nos dice san Gregorio en sus Diálogos, sobre todo en el libro 3, capítulo 33; la historia la discuten los bolandistas en Acta Sanctorum sept. vol. II.