San Agustín predicó el sermón sobre el salmo 127, que hoy tenemos coleccionado en sus «Ennarrationes in Psalmos», el día en que se celebraba la memoria de un mártir norafricano, tunecino, san Félix, cuya historia debía ser suficientemente conocida por el auditorio del gran predicador, ya que dice:
El mártir Félix, que fue verdaderamente feliz por el nombre y la corona, del que hoy celebramos la festividad, despreció el mundo. ¿Acaso temiendo al Señor era feliz, era bienaventurado porque su mujer era en la tierra fecunda como viña y sus hijos rodeaban su mesa? Todas estas cosas las tiene cumplidamente, pero en el Cuerpo de Aquel que aquí se describe; y porque así lo entendió él, despreció lo presente para recibir lo futuro. Sabéis, hermanos, que él no fue muerto como lo fueron otros mártires: Confesó, se le retrasó el tormento, y al día siguiente se halló su cuerpo exánime. Ellos habían cerrado la cárcel, encerrando el cuerpo, no el espíritu. Los verdugos se preparaban a torturar en ella a quien encontraron ausente. Perdieron su saña. Yacía exánime, sin sentido ante ellos, para que así no pudieran atormentarle, pero con sentido ante Dios para ser coronado. ¿Cómo hubiera, hermanos, recibido el galardón este feliz, no sólo en cuanto al nombre, sino también en cuanto al premio de la vida eterna, si hubiera amado estas cosas terrenas?
San Agustín está comentando el breve salmo, que actualmente numeramos como 128, donde se ensalza el temor del Señor y la bendición de un hogar fecundo como signos de la felicidad en Dios; sin embargo, nos dice el santo, todo eso, aunque es supuesto, es superado por la bienaventuranza de los mártires, capaces de despreciar incluso esa legítima felicidad para alcanzar una felicidad aun más duradera.
No tenemos otros datos sobre san Félix de Túnez. La referencia se halla en las Ennarrationes, salmo 127, nº 6 (la traducción citada es de Obras Completas BAC, tomo XXII, pág 366).