Militaba en el ejército imperial romano, destinado en Maguncia, donde, convertido al Cristianismo y depuestas las armas, fue detenido, torturado y dejado morir lentamente de hambre en la cárcel de un pueblo a orillas del Rin, que corresponde a Kastel en la actualidad. El tiempo de su martirio sigue siendo, sin embargo, desconocido; podría colocarse quizás a comienzos del siglo IV, durante la persecución de Diocleciano, cuando fue martirizado un número considerable de soldados romanos cristianos.
Enterrado en el lugar de su gloriosa muerte, el cuerpo de Ferruccio fue trasladado en el año 778 por el arzobispo de Maguncia, san Lull, a la iglesia del recién erigido monasterio benedictino de Bleidenstadt, a pocos kilómetros de la ciudad, para ser colocado en una tumba más digna, que su sucesor, el arzobispo Riculfo, procedió, en el 812, a decorar artísticamente y enriquecer con una inscripción poética que contiene un elogio del mártir, con cuyo nombre fue, además, titulada también la propia iglesia.
El Arzobispo Rábano Mauro (+856) escribió más tarde un epigrama laudatorio en honor de san Ferruccio, en el cual se basa la larga «Passio» redactada en el siglo IX por el monje Meginardo, a instancias del abad de Bleidenstadt, Adalgero. La mayoría de estos testimonios desaparecieron en 1632 cuando la iglesia del monasterio de Bleidenstadt fue destruida, durante la Guerra de los Treinta Años. Las reliquias del mártir, conservadas entre lo que se había salvado con los jesuitas de Mainz, fueron definitivamente perdidas en el incendio provocado por los soldados franceses en 1793.
Traducido y resumido para ETF de un artículo de Niccolò Del Re en Enciclopedia del Santi, que recogemos de Santi e beati. Nótese que la profesión de soldado implicaba la realización de sacrificios a los dioses paganos, por lo que no era infrecuente que los soldados que se convertían dejaran las armas; en algunas iglesias incluso -y era un consenso bastante extendido en los primeros siglos- consideraba por completo incompatible la carrera de las armas con la fe cristiana, por lo que si deseaban convertirse estaban obligados a dejarla.