San Gerardo nació en Colonia, el año 935. Se educó en la escuela catedralicia, pues tenía la intención de recibir las sagradas órdenes. Pero, cuando la madre de Gerardo murió, víctima de un rayo, el santo consideró eso como un castigo de sus propios pecados y decidió seguir un camino de mayor penitencia y devoción. Ingresó, pues, en la comunidad de canónigos de la iglesia de San Pedro, que era la catedral y, el año 963, Bruno, el arzobispo de Colonia, le nombró obispo de Toul. No por ello redujo Gerardo sus penitencias. Consagraba buena parte de su tiempo al rezo del oficio divino y otras oraciones; leía diariamente la Biblia y las vidas de los santos. Su cargo era especialmente difícil, ya que no sólo comprendía el cuidado espiritual de su diócesis, sino también el gobierno temporal y la administración de la justicia, puesto que Toul formaba en ese momento un estado independiente, gobernado por el obispo, bajo el protectorado del emperador.
San Gerardo era un predicador notable, conocido no sólo en Toul, sino en todas las iglesias de la región. El santo reconstruyó la catedral de San Esteban, enriqueció el antiguo monasterio de Saint-Evre y terminó la fundación de Saint-Mansuy, emprendida por su predecesor, Gauzelin. Su caridad brilló especialmente durante la carestía del año 982 y la peste que se desencadenó como consecuencia. San Gerardo fue el fundador del «Hotel-Dieu», que es el hospital más antiguo de Toul. Siguiendo los pasos de su predecesor, trató de convertir la ciudad en un centro del saber, para lo cual llamó a su diócesis a muchos monjes griegos e irlandeses. Gracias en parte a aquellos monjes, que enseñaron el griego y las ciencias de la época, Toul llegó a ser famosa por su piedad y como centro de estudios. San Gerardo gobernó la diócesis durante treinta y un años y murió en 994, después de una vida de gran santidad e incesante mortificación. Uno de los primeros santos canonizados formalmente fue san Gerardo. El papa san León IX, quien fue uno de los sucesores del santo en la sede de Toul, narró en el sínodo romano de 1050 la gloriosa aparición de san Gerardo al monje Albizo. Los Padres allí reunidos declararon unánimemente que «el susodicho Señor Gerardo estaba en la gloria y que los hombres debían venerarle como santo».
El mejor texto de la vida de san Gerardo (escrita por uno de sus contemporáneos: Wídrico, abad de Saint-Evre) es el de Pertz, en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores, vol. IV, pp. 490-505. Ver también la introducción y notas de Acta Sanctorum, abril, vol. III. Acerca de la canonización ver H. Delehaye, Sanctus (1927); y E. W. Kemp, Canonization and Authority... (1948). pp. 62-64. En la imagen: óleo del siglo XVII en la catedral de Toul.