San Gilduin o Gildouin, canónigo de la iglesia catedral de San Sansón de Dol fue hijo de Rioualem o Rudalen, llamado Chèvre-Chenue, señor de Dol y de Combour; su madre era de la noble casa de Payset en La Bauce, diócesis de Orleans. Vino al mundo en 1052 y fue bautizado en la iglesia de San Sansón por su tío paterno Junkenens, Arzobispo de Dol. Su educación fue conforme a su cuna, pero cuando los padres quisieron casarlo, se encontraron con la firme oposición de Gilduin, quien expuso su deseo de abrazar el estado eclesiástico. Naturalmente en este campo no le faltaba -por cuna, educación y vínculos- la posibilidad de una meteórica y firme carrera, y así, fue ordenado diácono por su tío arzobispo, y enseguida nombrado canónigo de la catedral de Dol, con apenas unos quince años, nada que no fuera habitual en la época entre la gente de "buen linaje". Sin embargo la elección del estado clerical había sido interiormente seria, y no una mera "puesta en carrera profesional", por lo que Gilduin se abocó a la vida espiritual, de oración y de búsqueda de la santidad.
Pero Junkenens murió y le sucedió Johoneo, un arzobispo indigno y simoníaco, que repartió los bienes de la Iglesia entre sus hijos, verdaderamente "no tan Archiepiscopo como Archilobo", dice el biógrafo de Gilduin. Sin embargo, no fue inmediatamente sino luego de siete años (este género de corrupción suele conseguir fácilmente el apoyo de los poderes locales) que los obispos de la región consiguieron que fuera depuesto, y fijaron sus ojos en Gilduin como sucesor. Gilduin parte así hacia Roma, acompañando en peregrinación a Evencio o Ivon, abad de Saint-Melaine-les-Rennes. Sin embargo el motivo de la embajada era distinto entre Gilduin y los que lo acompañaban: ellos llevaban la súplica del Capítulo de la catedral y de los obispos de la región para que le fuera concedida a Gilduin la dignidad arzobispal, él llevaba la súplica de ser relevado del cargo debido a su corta edad, ya que tenía apenas 23 años, y que fuera consagrado en su lugar el abad Evencio. Admirando su humildad -nos declara el biógrafo- el papa Gregorio VII admite las razones de Gilduin y concede el arzobispado a Evencio, que fue consagrado en la basílica lateranense.
Ya en camino de vuelta, una vez que habían pasado los Alpes, Gilduin pidió a Evencio separarse de la comitiva, e ir a casa de sus parientes maternos, en Orleans. Sin embargo llegado allí es atacado por unas fiebres, pide ser llevado a Chartres en visita al santuario de la Virgen, y desde allí se retiró a vivir en el monasterio de Saint-Pierre-en-Vallée, ubicado en la periferia de Chartres. Pero al poco tiempo Dios lo llamó a sí, el 27 de enero del 1077.
Murió en fama de santidad, confirmada por los milagros que se obraron en su tumba. Noventa años después de su muerte su cuerpo, considerado ya reliquia, fue trasladado (en aquella época el traslado de reliquias correspondía a una canonización local) a una capilla en la iglesia del mismo monasterio, hasta que en 1666 fueron a su vez nuevamente trasladadas a la catedral de Chartres. Se perdieron durante la Revolución, posiblemente porque una mano piadosa las escondió (como en muchos otros casos) para evitar la profanación, ya que en la Segunda Guerra Mundial fueron encontradas durante un bombardeo y en 1948 reconocidas (las reliquias se suelen guardar, si son genuinas, suficientemente documentadas) y solemnemente repuestas en la misma catedral de Chartres, donde se veneran hasta hoy.
La Vita es un documento casi contemporáneo, sobrio y fiable en su escritura, puede leerse en Acta Sanctorum, enero II, pág. 791ss. He seguido de cerca el resumen de Guerin, Petits Bollandistes, II, pág. 61ss. El dato sobre el hallazgo de las reliquias en el siglo XX lo tomo de «Año Cristiano», BAC, 2003, sin indicación de fuente.