San Gimer, o Guimera (o también conocido en otras formas del nombre) fue obispo de Carcassone entre el 902 y el 931. Su leyenda cuenta un milagro que hizo de niño: siempre le quitaba a su madre algo del pan que esta amasaba para dárselo a los pobres, y esta se enfadaba, pero un día vio que la masa que había hecho crecía milagrosamente. Posiblemente, como en el caso de muchas leyendas de santos, se ha trasladado a la infancia una interpretación simbólica de su vida, ya que precisamente ha sido reconocido por sus contemporáneos como un hombre de gran caridad hacia los pobres. De hecho, la tradición cuenta que vendió toda su herencia, y dio a ellos su producto.
A él se debe uno de los traslados que tuvo esta sede episcopal a lo largo de la historia: de la iglesia de Santa María de San Salvador, a la iglesia de los santos Nazario y Celso. Su nombre figura en las firmas del Concilio de Narbona en Barcelona del año 906, y también en los de Saint-Thibery, Maguelone y Fontcouverte. Murió en el 931, y fue enterrado en la catedral. Sus reliquias se hallan en al actualidad en la bella iglesia dedicada a su nombre en Carcassone, obra del arquitecto Viollet-le-Duc en la segunda mitad del siglo XIX, construida cerca de donde ya había habido desde el siglo XI una iglesia de Saint-Gimer, demolida con el tiempo.
Las noticias sobre el santo en las fuentes históricas habituales son escasísimas: no es mencionado ni en Acta sanctorum, ni en Fastes Episcopaux de Duchesne (cae por muy poco fuera de su marco histórico, que llega hasta el obispo anterior a Gimer); en Florez, españa Sagrada, tomo XXXVIII, pág. 248ss se reproducen las actas del Concilio de Barcelona del 906, y por tanto aparece la firma del santo, pero, desde luego, ninguna otra noticia. En el sitio web oficial de la ciudad de Carcassone hay un díptico en pdf con los escasos datos que he consignado, se reproduce allí mismo un himno tradicional al santo, cantado en occitano.