Este prelado era romano por nacimiento y monje por vocación. San Gregorio Magno, que conocía las virtudes, la destreza y la sabiduría de Honorio en las ciencias santas, le eligió para que formase parte del grupo de misioneros que envió para evangelizar a los ingleses, aunque no se sabe si Honorio llego con el primer grupo que acompañaba a san Agustín o hizo el viaje más tarde. A la muerte de san Justo, en 627, se eligió a Honorio como obispo de Canterbury. San Paulino, obispo de York, le consagró en Lincoln y, poco después, recibió el palio que le enviaba el papa Honorio I junto con una carta en que el Santo Padre mandaba que, en caso de que alguna de las dos sedes, la de Canterbury o la de York, quedase sin su titular, el otro obispo debería consagrar a la persona elegida para ocupar la sede vacante, «en vista -decía el Pontífice- de la enorme distancia de tierra y de mar que nos separa de vosotros». A fin de confirmar aquella delegación de los poderes patriarcales para consagrar obispos, el Santo Padre envió también un palio al obispo de York.
Honorio, el nuevo arzobispo, comprobó con júbilo creciente que la fe de Cristo se extendía, a diario, hacia todos los rincones de las islas y que el espíritu del Evangelio se arraigaba en los corazones de numerosos siervos de Dios. Su propio celo y su ejemplo contribuyeron grandemente a esos progresos, durante los veinticinco años en que ejerció su episcopado. Uno de sus primeros actos y de los más importantes fue el de consagrar al burgundio san Félix como obispo de Dunwich y enviarlo en una misión destinada a convertir a los anglos del oriente. Tras la muerte del rey Edwin en el campo de batalla, su vencedor, el «cadwallon» de Gales, «con una crueldad peor que la de cualquier pagano», como dice San Beda, «resolvió exterminar a todos los ingleses en las Islas Británicas» y comenzó por hacer una incursión devastadora y sangrienta en Nortumbría. Fue entonces cuando san Paulino huyó junto con la reina Etelburga, y ambos recibieron, de san Honorio, generosa hospitalidad. Pasado el peligro, Honorio designó a san Paulino para que ocupase la sede vacante de Rochester. A la muerte de san Paulino, precisamente en Rochester, en el 644, Honorio consagró en su lugar a san Ithamar, un sacerdote de Kent que fue el primer obispo inglés. El 30 de septiembre de 653, murió san Honorio, y fue sepultado en la iglesia de la abadía de San Pedro y San Pablo en Canterbury. A este santo se le nombra en el Martirologio Romano y se le conmemora en la diócesis de Southwark y de Nottingham.
Para todo lo referente a este santo, véase la Ecclesiastical History, de Beda, libros II y III, junto con las notas de Plummer. En la imagen: primera parte de la lista de arzobispos grabada en la catedral de Canterbury, en quinto lugar puede leerse a Honorio.