Nació en Santhia’, diócesis de Vercelli, Piamonte, el 5 de junio de 1686, hijo de Pier Paolo Belvisotti y María Isabel Balocco. En el bautismo le impusieron el nombre de Lorenzo Mauricio, que luego, al hacerse religioso, cambió por el de Ignacio.
Desde su niñez quedó huérfano de padre y fue educado cristianamente bajo la guía de un piadoso sacerdote. Pronto se distinguió por la integridad de costumbres, por su aprovechamiento en los estudios y por la predilección en el servicio litúrgico como seminarista de la colegiata.
Ordenado sacerdote fue nombrado canónigo de la iglesia colegiata de Santhia’. También le fue ofrecido el oficio de párroco, pero él, contra el parecer de sus parientes, que se prometían para él una brillante carrera eclesiástica, renunció. Poco después, anhelando mayor perfección, dijo adiós a todas las cosas terrenas venciendo toda clase de dificultades, ingresó en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, donde en 1717 emitió sus votos religiosos.
Durante 25 años fue confesor asiduo y muy buscado por personas de toda clase, pasaba muchas horas del día en la dirección espiritual y abría a los pecadores los caminos misteriosos de la bondad de Dios. Fue maestro de novicios en el convento del Monte de Turín, haciéndose modelo de todas las virtudes, supo dirigir a los jóvenes franciscanos hacia la perfección seráfica.
En 1743 estalló la guerra y él se distinguió ejemplarmente en la asistencia a los soldados hospitalizados, y en aquel período borrascoso supo ser consuelo y ayuda para cuantos recurrían a él. El resto de su vida lo pasó en la enseñanza del catecismo a los niños y a los adultos con una competencia, diligencia y aprovechamiento realmente singulares. Hizo cursos de ejercicios espirituales especialmente a religiosos, a quienes con la palabra y con el ejemplo supo llevar a la más alta espiritualidad cristiana y franciscana. De él nos quedan las “Meditaciones para un curso de ejercicios espirituales”, que fueron impresas en Roma por primera vez en 1912. A los 84 años, agotado por el intenso trabajo apostólico desempeñado con sencillez y humildad, deseaba retornar a Dios y el 22 de septiembre de 1770 su alma voló de la tierra al cielo.
Fue beatificado por Pablo VI en 1968 y canonizado en 2002 por Juan Pablo II.