San Itamar atrae nuestra atención porque fue el primer inglés que ocupó un obispado de Inglaterra. Por desgracia, es poquísimo lo que sabemos sobre él. San Honorio, arzobispo de Canterbury, lo consagró en la sede de Rochester, después de la muerte de san Paulino y Beda nos dice que, «a pesar de que era un hombre de Kent», tanto en piedad y devoción como en sabiduría, se igualaba a sus predecesores, san Justo y san Paulino, que fueron ambos misioneros italianos traídos por san Agustín.
En 655, San Itamar consagró a un compatriota, Firthona o Diosdado (Deodato), como arzobispo de Canterbury. Parece que su muerte tuvo lugar al año siguiente. Debido a la fama de haber poseído el don de obrar milagros, varias iglesias fueron dedicadas en su honor y sus reliquias fueron colocadas en un santuario, en 1100. Lo poco que sabemos sobre san Itamar deriva casi completamente de Beda, de su obra «Ecclesiastical History» cap. 3,14. Hay una considerable lista de milagros obrados en su santuario, que se recopiló en el siglo doce; el texto completo nunca se ha editado, pero los bolandistas, en Acta Sanctorum, junio, vol. II, imprimieron un compendio.