El fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas nació en Reims, el 30 de abril de 1651. Sus padres descendían de familias nobles. Bajo la dirección de su piadosa madre, Juan Bautista dio desde niño muestras de una piedad anunciadora de que, un día, sería sacerdote. A los once años de edad, recibió la tonsura y, a los dieciséis, fue nombrado miembro del capítulo de la catedral de Reims. En 1670, ingresó en el seminario de San Sulpicio, en París; ocho años después fue ordenado sacerdote. Su noble figura, su educación refinada, su cultura y las relaciones de su familia, parecían destinar al joven a una brillante carrera de dignidades eclesiásticas. Pero Dios tenía otros designios sobre él, aunque Juan Bautista no sospechaba nada hasta el momento en que uno de los canónigos de Reims, en su lecho de muerte, le confió la dirección de una escuela y un orfanatorio de niñas, y el cuidado de las religiosas encargadas de ellos.
En 1679, Juan Bautista conoció a Adrián Nyel, un laico que había ido a Reims a fundar una escuela de niños pobres. El canónigo de la Salle le alentó cuanto pudo, y así pronto se inauguraron dos escuelas, tal vez un poco prematuramente. El joven canónigo tomó cada vez mayor interés en la obra y empezó a ocuparse de los siete profesores que trabajaban en las escuelas. En 1681 alquiló una casa para ellos, los invitaba a comer a la suya y, poco a poco, les infundió los altos ideales educativos que empezaban a tomar forma en su mente. A pesar de que los modales un tanto groseros de los profesores le molestaban, el santo les ofreció alojamiento en su propia casa para poder vigilar de cerca su trabajo. El resultado fue desalentador, pues dos de los hermanos del santo partieron al punto para no convivir con aquellos palurdos y, cinco de los profesores le abandonaron al poco tiempo, porque no querían o no podían someterse a la severa disciplina que el santo les imponía. El reformador supo esperar y Dios premió su paciencia. Al poco tiempo, se presentaron otros candidatos para formar el primer núcleo de la nueva congregación. El santo abandonó la casa paterna y se fue a vivir con sus profesores en un edificio de la Rue Neuve. El movimiento se dio a conocer gradualmente y empezaron a llegar peticiones de diferentes ciudades para que enviase a sus profesores. En parte, por razón de sus múltiples ocupaciones, y en parte también, para no disfrutar de rentas y asemejarse a sus discípulos, san Juan renunció a su canonjía.
En seguida se le planteó el problema de cómo debía emplear su fortuna personal, que no deseaba conservar. ¿Debía consagrarla al desarrollo de la incipiente congregación, o más bien darla a los pobres? El santo fue a París a consultar al P. Barré, un hombre de Dios muy interesado en la educación, cuyos consejos le habían ayudado en otras ocasiones. El P. Barré se opuso absolutamente a la idea de que el santo emplease sus bienes en su propia fundación. Juan Bautista de la Salle, después de pedir fervorosamente a Dios que le iluminase, determinó vender sus posesiones y distribuir el producto entre los pobres. Su ayuda no pudo ser más oportuna, pues la región de Champagne atravesaba por un período de carestía. A partir de entonces, la vida de Juan Bautista fue todavía más austera. Como estaba acostumbrado a comer muy bien, tenía que ayunar hasta que el hambre le obligaba a comer cualquier platillo, por mal preparado que estuviese.
Pronto inauguró cuatro escuelas. Pero su principal problema era la formación de los profesores. Finalmente, en una junta con doce de sus hijos, se decidió a redactar una regla provisional. Según ella los profesores harían anualmente un voto de obediencia hasta que se viese claramente si tenían o no vocación. En la misma junta se adoptó para la nueva congregación el nombre de Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. La primera prueba que sufrieron fue una epidemia. El santo la atribuyó a su falta de previsión y convenció a sus hijos para que eligiesen a otro superior; pero el vicario general de la diócesis le obligó a tomar de nuevo el gobierno, en cuanto la noticia llegó a sus oídos. A decir verdad, eran muy necesarias la prudencia y la habilidad de san Juan Bautista de la Salle, pues las circunstancias iban a hacer que la nueva congregación se desarrollase mucho más de prisa de lo que se había previsto y que ampliase, al mismo tiempo, su campo de actividades. Hasta entonces, los miembros de la congregación habían sido hombres maduros; pero por aquella época empezaron a presentarse candidatos de quince a veinte años. Por una parte, hubiese sido una lástima rechazar aquellas vocaciones tan prometedoras; pero por la otra, era imposible que hombres tan jóvenes pudiesen adaptarse al rigor de una regla trazada para hombres maduros. Para resolver el problema, san Juan Bautista instituyó, en 1685, una especie de noviciado. Reservó para los jóvenes una casa especial, redactó para ellos una regla más sencilla, y los puso bajo el cuidado de un hermano con experiencia, aunque él conservaba la supervisión general. Pero al poco tiempo, se presentó otro problema semejante y a la vez diferente: los párrocos de los alrededores enviaban al santo algunos jóvenes para que los formase como profesores y los enviase después, a enseñar en sus parroquias. San Juan Bautista fundó otra casa especial para ese tipo de candidatos y se encargó de su formación. Así quedó establecido en Reims, en 1687, el primer instituto para la formación de profesores, al que siguieron el de París (1699) y el de Saint-Denis (1709).
Entre tanto, había proseguido el trabajo de la enseñanza de los niños pobres en Reims. En 1688, a instancias del párroco de San Sulpicio de París, san Juan Bautista fundó una escuela en dicha parroquia. En realidad se trataba de la última de las escuelas fundadas anteriormente por M. Olier, que se clausuraron una tras otra por falta de profesores suficientemente preparados. El éxito de los Hermanos de las Escuelas Cristianas fue tan grande, que pronto abrieron otra escuela en el mismo barrio. San Juan Bautista confió la dirección de las escuelas de París al hermano L'Heureux, hombre muy dotado y capaz, a quien el fundador había escogido por sucesor y estaba preparando para el sacerdocio. San Juan Bautista de la Salle tenía la intención de formar algunos sacerdotes para que se encargasen de la dirección de cada una de las casas, pero la inesperada muerte del hermano L'Heureux le hizo pensar que Dios no quería que pusiese en práctica ese proyecto. Después de muchas oraciones, el santo llegó a la conclusión de que la congregación debía limitarse estrictamente a la enseñanza y que era mejor excluir de ella las diferencias entre sacerdotes y hermanos. Así pues, el fundador decretó que ni los Hermanos de las Escuelas Cristianas podían ordenarse sacerdotes en ningún caso, ni la congregación podía recibir a ningún sacerdote. Tal vez sea éste el mayor sacrificio que puede exigirse de una congregación masculina. El decreto sigue en vigor en nuestros días. Durante la estancia del fundador en París, habían surgido algunas dificultades en Reims. Esto movió a san Juan Bautista a comprar una casa en Vaugirard, a donde los hermanos pudiesen retirarse de tiempo en tiempo para recuperar las fuerzas del cuerpo y del espíritu. Con el tiempo, esa casa se convirtió también en noviciado. Allí fue donde, hacia 1695, redactó el fundador las reglas definitivas, en las que hablaba ya de votos perpetuos. También escribió allí su tratado sobre la «Dirección de Escuelas», en el que su sistema revolucionario de la educación en las escuelas primarias, que aun produce magníficos frutos en la actualidad, tomó su forma definitiva. El sistema de san Juan Bautista de la Salle venía a reemplazar el método de instrucción individual y el llamado «sistema simultáneo»; insistía en la necesidad de que los alumnos guardasen silencio durante las clases y daba la debida importancia al aprendizaje de las lenguas vernáculas, pues hasta entonces el latín ocupaba el primer puesto. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas se habían dedicado exclusivamente a los niños pobres. Pero en 1698, el rey Jaime II de Inglaterra, que estaba desterrado en Francia, pidió al santo que abriese una escuela para los hijos de sus partidarios irlandeses. San Juan Bautista inauguró entonces una escuela para cincuenta niños de la nobleza. Por la misma época fundó la primera «Academia Dominical» para los artesanos jóvenes; en ella se impartía la instrucción secundaria, la enseñanza del catecismo y se consagraba, naturalmente, algún tiempo al juego. Las Academias Dominicales llegaron a ser muy populares.
San Juan Bautista había tenido que hacer frente a muchas pruebas. A las defecciones de algunos de sus discípulos se añadía el rencor de los profesores laicos, quienes consideraban la actividad del santo como una intrusión en su propio campo. En una ocasión la conducta imprudente de dos hermanos que ocupaban puestos de importancia, puso en peligro la vida misma de la congregación. El arzobispo de París recibió quejas de que se trataba a los novicios con demasiado rigor y mandó al vicario general para que hiciese investigaciones. Los mismos novicios testimoniaron, unánimemente, en favor de su superior; pero el vicario general, que tenía ciettos prejuicios contra la congregación, presentó un informe desfavorable. El arzobispo procedió a deponer del superiorato a san Juan Bautista, quien acogió la sentencia sin una palabra de queja. Pero cuando el vicario general trató de imponer como superior a un extraño, originario de Lyon, todos los hermanos declararon por unanimidad que su verdadero superior era el P. de la Salle y que estaban decididos a abandonar la congregación antes de que aceptar a otro. Posteriormente, el santo les obligó a someterse formalmente; entretanto, el arzobispo echó tierra al asunto y san Juan Bautista fue, como siempre, el superior. Poco después, al trasladarse el noviciado de Vaugirard a una casa más grande en París, así como al fundarse allí unas escuelas relacionadas con él, los profesores-laicos, los jansenistas y todos los que se oponían a la educación de los pobres, organizaron un violento ataque contra la congregación. San Juan Bautista se vio envuelto en una serie de procesos y tuvo que cerrar todas sus casas y escuelas de París. Al cabo de algún tiempo se calmó la tempestad, tan súbitamente como se había desatado y, los Hermanos de las Escuelas Cristianas volvieron a la capital, donde ampliaron todavía más sus instituciones.
En otros países, la congregación se había desarrollado constantemente. En 1700, el hermano Drolin había fundado una escuela en Roma. En Francia se habían abierto las escuelas de Aviñón, Calais, Languedoc, Provenza, Rouen y Dijon. En 1705, se trasladó el noviciado a Saint Yon, en Rouen, donde se inauguró también un internado y un instituto para jóvenes difíciles, que más tarde se transformó en reformatorio. Tales fueron los principios de la congregación de enseñanza más grande que existe actualmente en la Iglesia. Sus obras comprenden desde las escuelas primarias hasta las Universidades. En 1717, san Juan Bautista renunció al cargo de superior. A partir de ese momento, no volvió a dar una sola orden y vivió como el más humilde de los hermanos. Se dedicó entonces a la formación de los novicios y de los internos, para quienes escribió varios libros, entre los que se cuenta un método de oración mental. Era aquella una época particularmente importante de la espiritualidad francesa. En la obra de san Juan Bautista de la Salle se advierte la influencia de Bérulle y de Olier, de la «escuela francesa» de Rancé y de los jesuitas, pero sobre todo, del canónigo Nicolás Roland y del fraile Nicolás Barré, que eran amigos personales del santo. Uno de los rasgos de san Juan Bautista que deben señalarse fue su oposición al jensenismo, manifestada, sobre todo, por la propaganda que hizo a la comunión frecuente y aun diaria. En la cuaresma de 1719, el santo sufrió varios ataques de asma y reumatismo, pero no dejó de practicar las austeridades habituales. Poco después tuvo un accidente que le dejó muy débil. El Señor le llamó a Sí el 7 de abril de 1719, que era Viernes Santo, a los sesenta y seis años de edad. La Iglesia demostró su aprecio por el carácter de ese pensador y hombre de acción tan importante en la historia de la educación, al canonizarle, en 1900. La fiesta de san Juan Bautista de la Salle se celebra en toda la Iglesia de Occidente. En 1950, Pío XII le declaró celestial patrono de todos los que se dedican a la enseñanza.
Abundan las buenas biografías de san Juan Bautista de la Salle, especialmente en francés. Todas ellas se basan en la que escribió J. B. Blain, su íntimo amigo, en 1733. Entre las obras modernas la más importante es, probablemente, la de J. Guibert, Histoire de St. Jean Baptiste de la Salle (1900). Más breves son las biografías de A. Delaire (1900), en la colección Les Saints; F. Laudet (1929), y G. Bernoville (1944). El esbozo biográfico de Francis Thompson fue reeditado en 1911. Las obras completas del santo, traducidas al español y convenientemente prologadas y anotadas, pueden leerse on line o descargarse del sitio de la congregación.