Se dice que cuando Juan de Brito era niño enfermó gravemente. Su madre, una dama de familia noble relacionada con la corte de Lisboa, invocó la ayuda de san Francisco Javier y le consagró a su hijo.
Aunque Juan era el compañero favorito del infante Don Pedro, quien después heredó el trono de Portugal, su única aspiración era vestir el hábito del gran misionero y dedicar su vida a la conversión de los infieles. Nacido en 1647, a la edad de quince años solicitó ser admitido en la Compañía de Jesús, y no obstante la mucha oposición, llevó al cabo su propósito. Fueron tan notables sus adelantos en los estudios, que después de su ordenación, se hizo todo lo posible por retenerlo en Portugal. Triunfó empero la gracia, y en 1673 se hizo a la mar rumbo a Goa con dieciséis de sus compañeros jesuitas. El resto de su vida, excepto un breve intervalo, lo pasó evangelizando el sur de la India entre increíbles penalidades y obstáculos de todo género. Fue nombrado superior de la misión de Madura y viajó a pie con muchos trabajos por toda aquella vasta región, situada a sólo diez grados al norte del ecuador. Los que trabajaron con él, en sus cartas a Europa, hablan en términos ardientes de su valor y devoción, de la extraordinaria austeridad de su vida y de la rica cosecha de conversiones que fueron el fruto de sus labores.
Desde el principio el P. De Brito se dio cuenta de lo acertado del método previamente adoptado por el misionero P. De Nobili, a saber, vivir una vida idéntica a la de los naturales del país, adoptando su vestido, absteniéndose de alimentos animales, y respetando en todas las cosas lícitas, los prejuicios inextirpables de casta. Según podemos enterarnos por el testimonio irrecusable de Sir W. W. Hunter en su «Imperial Gazetteer of India» (vol. VI, pp. 245- 253), «las primitivas misiones jesuíticas son especialmente interesantes. Sus sacerdotes y monjes (sic) se volvieron hindúes perfectos en todas las cuestiones tradicionales: vestido, alimentos, etc., y tuvieron igual éxito entre todas las castas, altas y bajas. En el sur de la península lograron que las antiguas colonias de cristianos del rito sirio llegaran a estar temporalmente en comunión con Roma y convirtieron grandes secciones de la población nativa de extensos distritos» («temporalmente», porque en 1653 hubo un cisma grave, pero posteriormente solucionado, hoy los cristianos del rito sirio en Malabar son en su mayoría católicos).
Es interesante notar que también añade: «Los Cismas perturbaron a la Iglesia. El rey de Portugal pretendió contra la voluntad del Papa, designar al arzobispo de Goa; y los aventureros holandeses persiguieron por un tiempo a los católicos de la costa». Y refiriéndose a misioneros tales como Juan de Brito, comenta: «todo lo que la caballerosidad y piedad entusiasta podían efectuar, ellos lo llevaron al cabo». Sería imposible aquí describir en detalle todas las dificultades contra las que el P. de Brito tuvo que luchar y lo delicado de su constitución no fue la menor de ellas, pues sufrió fiebres y calenturas intermitentes que lo ponían a las puertas de la muerte. El país estaba políticamente muy inestable, situación que permitía a los fanáticos sacerdotes paganos atizar a cada paso las supersticiones del pueblo. Muchas veces el P. de Brito y sus catequistas indígenas fueron tratados con violencia brutal. En una ocasión, en 1686, después de predicar en el país de Marava, él y un puñado de fieles nativos fueron aprehendidos, por negarse a rendir culto al dios Siva, fueron sujetos por varios días sin interrupción, a torturas agudísimas. Una vez mediante cadenas los colgaron en los árboles y otra vez amarrados de un brazo y un pie a una soga que se deslizaba por una polea, los sumergían repetidas veces en agua estancada, con otras afrentas indescriptibles.
El restablecimiento del P. de Brito se consideró milagroso y no mucho después de haber sido puesto en libertad, fue llamado de vuelta a Lisboa. Todos los esfuerzos que desplegaron el rey Pedro II y el nuncio del Papa para inducirlo a permanecer en Europa, no tuvieron éxito, y suplicó tan vehementemente, alegando que el deber lo llamaba en Madura, que se le concedió lo que deseaba. Regresó a la misión y por tres años llevó la misma vida de heroico sacrificio propio. Luego, por las maquinaciones de una de las mujeres repudiadas por el gobernador de Siruvalli, que se había bautizado y por lo tanto había renunciado a la poligamia, fue detenido y al fin se le dio muerte en Oriur, cerca de Ramuad, por orden del bajá Raghunatha. El P. de Brito envió dos cartas desde su prisión el día antes de su ejecución. «Espero la muerte -escribe al padre superior-, y la espero con impaciencia. Ha sido siempre el objeto de mis oraciones. La muerte es para mí la recompensa más preciada a mis trabajos y sufrimientos». A la mañana siguiente, el 4 de febrero de 1693, se reunió una gran multitud para ver el fin de este maestro (guru) que había sido sentenciado a morir por haber enseñado cosas subversivas para el culto de los dioses del país. Después de una larga espera, porque el príncipe local estaba nervioso con todo el asunto, san Juan fue decapitado. Cuando la noticia llegó a Lisboa, el rey Pedro ordenó unas honras fúnebres solemnes para dar gracias; y la madre del mártir estuvo presente, vestida no de luto, sino con traje de gala. San Juan de Brito fue canonizado en 1947.
La mejor fuente de información parece ser «La Mission du Maduré» (1850) por Fr. J . Bertrand, en el tercer volumen, en la cual se encontrarán varias cartas del santo. Pero también es valiosa la segunda edición de la vida en portugués por su hermano F. Pereira de Britto, Historia do Nascimento, Vida e Martyrio do Beato Joao de Britto (1852), especialmente porque contiene (pp. 273-287) una larga carta escrita por su compañero de trabajo el P. Francisco Laynes, una semana después del martirio. Véase también San Giovanni de Britto (1948) de C.A. Moreschini. En 1947, el P. A. Saultiere ha publicado en Madura, bajo el título de «Red Sand», una biografía detallada de san Juan de Brito, dedicada originalmente a los jóvenes, pero que también es valiosa para los demás.