San Juan de Pomuk es conocido universalmente como «el santo del secreto de confesión». La historia, suscintamente evocada, cuenta que, siendo sacerdote en Praga -en ese momento capital del reino de Bohemia- fue nombrado predicador de la corte del rey Wenceslao IV, conocido por su carácter violento; a su vez la reina -una mujer muy piadosa- escogió a Juan como su confesor. El rey Wenceslao concibió la sospecha de que su mujer lo engañaba, y quiso conseguir de Juan un relato de lo que ella le revelara en confesión, pero el santo rehusó, hasta costarle esta orden del rey la vida, que perdió en 1393, al ser arrojado al río Moldava desde el puente Karl (Karlsbrück).
Esto nos viene aludido por primera vez (aunque sin detalles), en una crónica del siglo siguiente, escrita por Thomas Ebendorfer en 1459. En 1471 otro autor, Paul Zidek, cuenta el detalle de que el rey pidió al santo que revelara el amante de su esposa, pero no lo entiende como celos imaginarios, sino como que verdaderamente la primera esposa del rey, Juana, le había revelado al santo el nombre de su amante, que es el secreto que Juan guardó con su vida. Este mismo autor adelanta el martirio de Juan a diez años antes. Posteriormente, en la transmisión ejemplar de la historia, la esposa resultó ser una mujer muy piadosa, y por lo tanto los celos del rey, imaginarios, aunque posiblemente esta derivación del asunto se deba al deseo de unir hagiografía y ejemplaridad moral.
Ahora bien, aunque este relato es casi contemporáneo -como vemos, la primera aparición del tema es de sólo 60 o 70 años después del martirio-, no es la versión más antigua del martirio: el arzobispo de Praga, y tres fuentes más dan una versión enteramente distinta de los hechos. Según esta versión -que es anterior a la mencionada de Thomas Ebendorfer- Juan no murió por nada que tenga que ver con el secreto de confesión. Era Vicario General del Arzobispo, y el rey Wenceslao, para favorecer a uno de sus cortesanos, deseaba convertir el territorio de una abadía en un nuevo título episcopal, por lo que había prohibido que los monjes eligieran nuevo abad a la muerte del que la regía en ese momento. Juan, que además de vicario era Doctor en Derecho Canónico, se opuso con firmeza a esta violación de la jurisdicción eclesiástica, y a la muerte del abad promovió la elección del nuevo, apresurándose a convalidarlo canónicamente, saltando, por lo tanto, por sobre la orden del rey. Enterado el rey, reaccionó con violencia encarcelando a Juan y a otros tres eclesiásticos implicados, y sometiéndolos a crueles torturas. Esos otros tres cedieron a las pretensiones del rey, e incluso uno de ellos propuso guardar todo el asunto en secreto; pero Juan vehementemente mantuvo la posición, hasta que el 20 de marzo de 1393 fue arrojado al Moldava desde el Karlsbrück, habiendo sido previamente paseado por la ciudad en cadenas, con un madero en la boca.
Esta versión parece ser la más correcta históricamente, ya que no sólo cuenta con amplios y antiguos testimonios, sino con el del propio arzobispo, el superior de Juan en ese momento, que narra esta cuestión al papa Bonifacio IX apenas un mes después de ocurrida, y como parte de un descargo contra el rey Wenceslao. Asimismo poco más tarde Juan es ya conocido como mártir, y su culto está establecido entre el pueblo. La controversia sobre las dos versiones comenzó en el siglo XVI y ha dado lugar a diferentes soluciones:
-el relato popular, apoyado en el lema «el santo del secreto de confesión», pasa simplemente por encima de este problema, y elimina de hecho la primera versión.
-La solución del historiador Hajek, de mediados del siglo XVI y que es quien descubre el problema, pasa por duplicar los santos: según él habría habido dos Juan de Pomuk en la corte de Wenceslao, uno mártir de la confesión y otro de la defensa del derecho eclesiástico, los dos martirizados de la misma manera. No se puede decir que sea imposible: Juan es un nombre más que común en la cristiandad, y un rey que reacciona violentamente en un caso, podría haber reaccionado diez años más tarde con la misma violencia, y en cuanto a que suene extraño que los dos hayan sido arrojados del mismo puente, basta recorrer el siglo y medio de martirios en Inglaterra o los casi dos siglos de martirios en la antigua Roma, para ver cuán escasamente imaginativos son los poderosos a la hora de dar mártires a la Iglesia: los procedimientos se repiten una y otra vez con una monotonía exasperante. Sin embargo, el hecho de que una y otra versión se hayan sucedido en el tiempo, da la impresión de que se trata de que la de la confesión es una adaptación popular del relato de un martirio ocurrido por ccircunstancias más complejas.
-La tercera consiste en negar toda realidad al personaje y considerar que se trata de una mera invención posterior con fines propagandísticos, pero ésta debe ser descartada, ya que los testimonios, incluso los de la segunda versión, son muy cercanos a los hechos, y el culto al mártir está atestiguado de manera contemporánea.
-Parece plausible una cuarta forma de resolverlo: la de J.P. Kirsch, quien da crédito a la historia del secreto de confesión, pero esto no habría sido el motivo inmediato del martirio, sino que habría mal dispuesto el ánimo del rey hacia Juan, y cuando ocurrió, diez años más tarde, el incidente de la elección del abad, dio rienda suelta a su rencor, castigando con el martirio la doble firmeza del santo. Naturalmente, la cuestión del secreto de confesión caló más hondo en la piedad popular que la compleja y jurídica cuestión de los fueros eclesiásticos.
Llama la atención, por último, que las dos historias tienen algo de simetría inversa: en la de la confesión Juan es condenado por no hablar, mientras que en la otra es condenado por no callarse y agachar la cabeza ante el rey. Posiblemente el propio rey se dio cuenta que el problema de este Juan estaba en la boca, y procuró humillarlo aun más haciendo que muerda un madero en el paseo hacia el patíbulo. Según se cuenta, cuando en 1719 se abrió la tumba, su lengua fue hallada incorrupta. Juan Nepomuceno fue canonizado en 1729 por el papa Benedicto XIII.
Toda esta hagiografía está basada, aunque con redacción libre, en el excelente artículo de J.P. Kirsch en la Catholic Encyclopedia (1910); vale la pena leerlo, aunque no pueda decirse lo mismo de su traducción en Aciprensa. la historia del mantenimiento del secreto de confesión puede leerse bien contada en el artículo de Antonio Galuzzi en Santi e Beati. La imagen reproduce una estatua de bronce actualmente emplazada en Praga.