La ciudad francesa de Saint-Maixent, en el departamento de Deux Sévres, conserva la celda en la que vivió san Majencio y el contiguo monasterio que él gobernó. El santo nació en Agde, sobre el Golfo de Lyon, alrededor del año 445 y, en el bautismo recibió el nombre de Adjutor. Bajo la vigilante solicitud del abad san Severo, encargado por sus padres de cuidarle desde niño, creció como un modelo de virtudes cristianas. La mayoría de sus hermanos en religión lo admiraban y respetaban, pero unos cuantos tenían envidia de él. Sin embargo, para Majencio, las alabanzas eran más desagradables que los insultos o las críticas y, a fin de escapar de la fama en que se trataba de arrojarle, se alejó calladamente de Agde y permaneció oculto dos años. Pero, al regresar de su retiro, se encontró con que ya ocupaba una posición mucho más prominente que antes, porque el mismo día de su regreso comenzó a llover copiosamente después de una prolongada sequía y todos le achacaron el milagro y le aclamaron como salvador y obrador de maravillas. Para Majencio fue evidente que, si deseaba llevar una vida de soledad y olvido, debía romper con todos los vínculos que le ataban a su pasado. Por segunda ocasión desapareció y, aquella vez abandonó su nativa Narbona para siempre. Tras un breve período errante, llegó a Poitou, donde entró a una comunidad en el valle de Vauclair, gobernada por el abad Agapito y, a fin de borrar su pasado, se cambió el nombre de Adjutor por el de Majencio.
Pero si bien logró ocultar su identidad, no pudo pasar inadvertida su santidad. Su austeridad era tanta, que jamás probaba otro alimento que no fuera el pan y el agua, y eran tan continuas sus oraciones, que se le encorvaron las espaldas. Además, se le atribuía el poder de obrar milagros. No fue raro que, por votación unánime de sus hermanos, se le eligiese superior, cerca del año 500. Pocos años más tarde, durante la devastadora contienda entre Clovis, rey de los francos, y el visigodo Alarico, los habitantes de Poitou padecieron penurias sin cuento, sobre todo a causa de la violencia y brutalidad de los soldados y los merodeadores. Cierto día, una banda de hombres armados avanzó amenazante sobre el monasterio de Vauclair, y el terror se apoderó de los monjes, que imploraron a su abad Majencio que los salvara. Él los tranquilizó y, con toda calma, salió a recibir a la horda hostil. Uno de los atacantes levantó la espada contra el santo, quien esperó el golpe con absoluta serenidad; pero al presunto homicida se le quedó el brazo en alto, paralizado, hasta que san Majencio le devolvió el movimiento al aplicarle aceite consagrado. Para seguir el ejemplo de su antecesor, el abad Agapito, san Majencio renunció a su puesto cuando sintió que se aproximaba su muerte y se encerró en una celda, construida a corta distancia del monasterio; ahí murió a la edad de setenta años, alrededor del 515.
Se conservan dos textos o recopilaciones de una biografía de san Majencio que datan de la Edad Media. El más breve fue impreso por Mabillon en el Acta Sanctorum O.S.B.; el más extenso lo reprodujeron los bolandistas en el vol. VII, para junio. Ninguno de los dos textos parece muy digno de confianza como documento histórico. Hace algún tiempo, la historia de san Majencio fue objeto de animadas discusiones en la Revue des Questions Historiques, de los años 1883, y 1888.