Los «Akoimetoi» (incansables) se distinguen de los otros monjes orientales tan sólo por la regla que los dividía en varios coros que, sucesivamente, cantaban el oficio divino de día y de noche, sin interrupción. De ahí proviene el nombre con el que se les conocía. El monasterio fue fundado y la orden instituida por san Alejandro, un monje sirio que se estableció en Gomon, a orillas del Mar Negro. Juan, el sucesor de Alejandro, trasladó la comunidad a un monasterio que construyó en Eirenaión, un sitio placentero a orillas del Bósforo, frente a la costa donde se encuentra Constantinopla. San Marcelo, que fue elegido abad de aquella casa en tercer lugar, levantó su reputación a los más altos niveles y él mismo fue el más distinguido de los monjes «Akoimetoi».
Marcelo nació en la ciudad siria de Apamea y, a la muerte de sus padres, quedó como heredero de una gran fortuna. No obstante su riqueza, concibió un profundo desagrado por todo lo que el mundo podía ofrecerle, partió a Antioquía y se consagró por entero a los estudios sagrados. Más tarde se estableció en Éfeso, donde se puso bajo la dirección de un varón justo, siervo de Dios, en cuya compañía dedicaba todas las horas del día a la oración y a la copia de libros sagrados. La reputación de la vida de soledad y austeridad de los monjes «Akoimetoi», atrajo a Marcelo quien ingresó en la comunidad e hizo tantos progresos, que el abad Juan, al ser elegido, le tomó como ayudante y consejero y, en consecuencia, a la muerte de Juan, Marcelo fue elegido abad.
Al decrecer la oposición del emperador Teodosio II y algunas de las autoridades eclesiásticas, el monasterio floreció extraordinariamente bajo su prudente y virtuosa administración. Varias veces se encontró en apuros para hacer las ampliaciones necesarias en los edificios de su monasterio, pero siempre fue abundantemente provisto de los medios para hacerlo, por parte de un hombre riquísimo que acabó por tomar los hábitos junto con sus hijos. El propio san Marcelo, al hacerse monje, insistió en desprenderse hasta del último centavo de su cuantiosa fortuna y, en consecuencia, era muy estricto en cuanto a la observancia de la pobreza y no toleraba que sus monjes hiciesen acopio de bienes e inversiones de dinero de ninguna especie. Solía decir que ya era un exceso almacenar alimentos para diez días. Los «Akoimetoi» habían despreciado hasta entonces todo trabajo manual, pero el abad Marcelo insistió para que todos trabajaran, les gustase o no. La comunidad contaba con trescientos miembros, y desde todos los puntos del Oriente llegaban a manos de san Marcelo las solicitudes para el envío de abades a fundar monasterios en lugares distantes, o grupos de monjes para formar los núcleos de nuevos establecimientos. Entre éstos, el más famoso fue el monasterio de Constantinopla, fundado en 463 por un antiguo cónsul llamado Studius, con algunos monjes «Akoimetoi».
Entre las actividades de aquellos monjes figuraba, principalmente, el trabajo apostólico que pudiesen realizar desde sus respectivos monasterios; por cierto que san Marcelo fue una personalidad muy destacada en la predicación del Evangelio y el impulso a todos los movimientos en contra de las herejías que se iniciaron en Constantinopla en su tiempo. Fue uno de los veintitrés archimandritas que suscribieron la condenación de Eutiquio, en el sínodo convocado por san Flaviano en 448, y también participó en el Concilio de Calcedonia. Cuando el emperador León I propuso elevar a Patricio, el cónsul godo, a la dignidad de «César», Marcelo protestó de que se pretendiese dar tanto poder a un arriano y vaticinó acertadamente la próxima ruina de la familia de Patricio. En el año 465, se produjo un gran incendio en Constantinopla y ocho de los dieciséis distritos de la ciudad quedaron destruidos. Era tanta la reputación de san Marcelo, que la población atribuyó a su intercesión que no hubiesen quedado en ruinas los otros ocho barrios. El santo gobernó su monasterio durante unos cuarenta y cinco años y murió el 29 de Diciembre del año 485.
Nuestras informaciones proceden de una detallada biografía escrita en griego, atribuida a Metafrasto, y que se imprimió en Migne, PG., vol. CXVI, pp. 705-745. Véase también el Synax. Const. (ed. Delehaye), cc. 353-354; a Pargoire en Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. I, cc. 315-318 y el Echos d'Orient, vol. II, pp. 305-308 y 365-372; y la Revue des questions historiques, enero de 1899, pp. 69-79. Nota: la imagen no corresponde en realidad al Abad Marcelo sino al Abad Mena.