Este santo prelado fue un ilustre Padre de la Iglesia siria de fines del siglo IV. Era obispo de Maiferkat (actual Silvan, en Turquía), que se encuentra entre el Tigris y el Lago Van, cerca de la frontera de Persia. El santo reunió las actas de los mártires que sufrieron allí durante la persecución del rey Sapor, y trasladó a su diócesis tal cantidad de reliquias, que la ciudad episcopal acabó por llamarse Martirópolis, es decir, «Ciudad de los mártires». Todavía conserva eclesiásticamente ese nombre y es una sede titular. San Marutas escribió varios himnos en honor de los mártires. Suelen cantarse en los oficios en los que se emplea la lengua siria.
El año 399 Yezdigerdo ascendió al trono de Persia. San Marutas fue entonces a Constantinopla a suplicar al emperador Arcadio que defendiese a los cristianos ante el nuevo monarca. La corte estaba entonces muy ocupada con el asunto de san Juan Crisóstomo. En una carta que san Juan Crisóstomo escribió a santa Olimpia, desde el destierro, le cuenta que había escrito dos veces a san Marutas y le ruega que vaya a visitarlo en su nombre: «Necesito de su ayuda en los asuntos persas. Tratad de averiguar si ha tenido éxito en su misión. Si tiene miedo de escribirme personalmente, decidle que os cuente a vos lo sucedido. No retardéis un solo día vuestra visita». Cuando fue a la corte de Persia como embajador de Teodosio el joven, san Marutas hizo cuanto pudo por conseguir que el rey se mostrase benévolo con los cristianos. El historiador Sócrates dice que, gracias a sus conocimientos de medicina, el santo curó a Yezdigerdo de unas violentas jaquecas; desde entonces, el rey le llamó «el amigo de Dios». Los mazdeístas, temerosos de que el rey se convirtiese al cristianismo, recurrieron a un truco. En efecto, escondieron a un hombre debajo del piso del templo. Cuando el monarca fue ahí a orar, el hombre gritó: «Arrojad de este lugar santo a quien ha cometido el sacrilegio de prestar fe a un sacerdote cristiano». Yezdigerdo entonces decidió expulsar a Marutas de su reino, pero el santo le persuadió de que fuese otra vez al templo y mandase levantar el piso para descubrir al impostor. Así lo hizo Yezdigerdo, y el resultado de ello fue que descubierto el impostor, dio a Marutas permiso de construir iglesias en donde quisiera. Como quiera que fuese, Yezdigerdo favoreció ciertamente a san Marutas y, gracias a esa ayuda, éste se dedicó a restablecer el orden entre los cristianos persas.
La obra de organización de san Marutas duró hasta la invasión árabe del siglo VII. Pero la esperanza de los cristianos (y el temor de los mazdeístas) de que Yezdigerdo II se convirtiese en «el Constantino de Persia» no llegó a realizarse. La obra de pacificación llevada a cabo por san Marutas fue destruida por la violencia de Abdas, obispo de Susa, quien provocó una nueva persecución al final del reinado de Yezdigerdo. Probablemente para entonces san Marutas ya había muerto puesto que falleció antes que Yezdigerdo, quien murió el año 420. Se le considera como el principal de los doctores sirios, después de san Efrén, a causa de los escritos que se le atribuyen, aunque se duda de que fuera realmente el autor de todas las obras que llevan su nombre.
El historiador Sócrates, Bar Habraeus y el Liber Turris de Mari ibn Sulaíman nos dan bastantes datos sobre san Marutas. Existe una biografía armenia de época tardía; los mekhitaristas la publicaron en Venecia en 1874, con una traducción latina. Dicha obra fue publicada en inglés, con notas muy interesantes, en Harvard Theological Review (1932), pp. 47-71. Véase también Bardenhewer, Geschichte d. altkirchl. Literatur, vol. IV, pp. 381- 382; Labourt, Le Christianisme dans PEmpire perse (1904), pp. 87-90; W. Wright, Syriac Literature (1894), pp. 44-46; Oriens Christianus (1903), pp. 384 ss.; Harnack, Texte und Untersuchungen, vol. XIX (1899); y la larga nota de Hefele-Leclercq, Histoire des Conciles, vol. II, pp. 159-166.