San Nicecio, que era tío abuelo de san Gregorio de Tours, descendía de una familia de Borgoña y había sido destinado al servicio de la Iglesia desde muy joven. Después de su ordenación sacerdotal, siguió viviendo con su madre, que era viuda, obedeciéndola con la sencillez del último de los criados. Nicecio tenía en tan alta estima la instrucción, que insistía en que todos los niños nacidos en sus posesiones aprendiesen a leer y a recitar los salmos; ello no le impedía ayudar personalmente a sus criados y servidores en el trabajo manual para cumplir con el precepto apostólico y tener algo que dar a los pobres. Cuando san Sacerdote, obispo de Lyon, se hallaba en París en su lecho de muerte, el rey Childeberto fue a visitarle y le rogó que nombrase a su sucesor. El anciano prelado nombró a su sobrino Nicecio, quien fue poco después consagrado obispo. Era un hombre de vida irreprochable, que combatía con todas sus fuerzas las conversaciones ligeras y poco caritativas, predicando contra ellas siempre que podía. Sus poderes de exorcista le ganaron gran fama. Durante su episcopado, que duró casi veinte años, san Nicecio resucitó y mejoró el canto en las iglesias de su diócesis. San Gregorio de Tours cuenta muchos milagros obrados en su tumba.
Ver Acta Sanctorum, abril, vol. I, donde se encontrará una biografía anónima y un relato de san Gregorio de Tours. B. Krusch hizo una edición crítica de la biografía anónima en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov., vol. III, pp. 521-524. Ver también Duchesne, Fastes, Episcopaux, vol. II, pp. 166-167; Hefele-Leclercq, Concilles, vol. III, pp. 182-184; y sobre todo Coville, Récherches sur l'histoire de Lyon (1928), pp. 323-346.