Nicomedes, un mártir de la Iglesia de Roma, fue sepultado en una catacumba sobre la Vía Nomentana «precisamente fuera de la Porta Pia». Hubo una iglesia dedicada a él, y existen pruebas de la antigüedad de su culto. La tradición dice que a los paganos que «trataban de obligarlo a ofrecer sacrificios», les respondió Nicomedes: «Yo no sacrifico ante nadie más que el Dios Todopoderoso que reina en el Cielo». Inmediatamente «fue azotado con látigos que tenían trozos de plomo en las puntas, durante largo tiempo, hasta que entregó el alma al Señor bajo esta tortura».
Pero todo esto deriva de un relato sobre la pasión de san Nicomedes, en unas «actas» espurias sobre el martirio de los santos Nereo y Aquileo, relato éste en que se habla de Nicomedes como de un sacerdote que sepultó el cuerpo de santa Felícula, fue arrestado, ejecutado y luego arrojado su cuerpo al Tíber, de donde fue recuperado por el diácono Justo. En otra versión de su pasión se afirma que sufrió el martirio en el siglo tercero o en el cuarto, bajo el emperador Maximiano. Su tumba se descubrió en 1864. Resulta curioso que el nombre de Nicomedes no se mencione en las listas romanas de la Depositio Martyrum del año 354, pero los Itinerarios, lo mismo que los Sacramentarios, atestiguan su antiguo culto en Roma.
Las pruebas han sido expuestas por Delehaye en Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, p. 510.