Tanto el padre como la madre de Olegario procedían de nobles familias visigodas. Cataluña había tenido mucho que sufrir con las incursiones de los sarracenos; según parece, los padres de Olegario le consagraron a Dios y a santa Eulalia, en la iglesia dedicada a dicha santa, en Barcelona, precisamente para obtener la protección del cielo contra los serracenos. A los quince años de edad, san Olegario pasó a formar parte de la comunidad de los canónigos de la iglesia de Santa Eulalia. Con ese motivo, sus padres le dieron como dote algunos viñedos, inmuebles y otras propiedades. En aquella época los canónigos no estaban obligados a recibir la ordenación sacerdotal ni a observar el celibato; nada tiene, pues, de extraño que el joven haya sido nombrado preboste antes de alcanzar la mayoría de edad, pues la importancia de su familia y la piedad de Olegario justificaban ampliamente la elección. Siendo ya sacerdote, fue enviado a Francia, al monasterio de San Adrián, donde acababan de instalarse los canónigos regulares. Pronto fue nombrado prior. Este fue el primer cargo que ocupó en su larga carrera de dignidades. Según cuenta la leyenda, cuando la sede de Barcelona quedó vacante, en 1115, el conde Raimundo quiso hacer obispo a san Olegario, pero éste se negó firmemente y aun se escondió. El conde no se dio por vencido, sino que fue a Roma a conseguir la confirmación de la elección. Armado con una bula papal y acompañado por un legado, buscó al santo en su retiro entre los canónigos de Maguelone y venció su resistencia. El nuevo obispo demostró ser un celoso apóstol y un administrador muy capaz, lo cual le valió un pronto translado a la sede de Tarragona.
En 1123, San Olegario asistió al primer Concilio de Letrán y propuso al Papa y a la asamblea que hiciesen extensivos los privilegios de los cruzados de Palestina a los hombres que luchaban contra los musulmanes en España. Su petición tuvo éxito y el santo volvió a España como legado apostólico, con el encargo de predicar la Cruzada contra los moros. San Raimundo logró reunir ejércitos suficientes para infligir severas derrotas a los moros y arrojarles de algunos sitios en que se habían hecho fuertes. El santo hizo también mucho por extender, en su diócesis, la orden recientemente fundada de los Caballeros Templarios. Los moros habían destruido casi por completo la ciudad de Tarragona y san Olegario se dedicó a reconstruirla. Con el mismo fervor, se entregó al cuidado de los enfermos y los pobres; los enfermos mentales fueron objeto de muy particular solicitud de su parte. Aunque el santo estaba estrechamente emparentado con la familia reinante, no dudó en levantar la voz contra Raimundo III, cuando el conde trató de imponer un tributo injusto, que su padre había suprimido. En un sínodo que se llevó a cabo en 1137, el arzobispo, que era ya muy anciano y estaba enfermo, fue súbitamente atacado por un mal muy grave. De la sala conciliar le transportaron a su lecho, del que no se levantó más.
Villanueva, en su «Viaje literario a las iglesias de España» trae un curioso testimonio sobre el cuerpo incorrupto del santo obispo: «Tambien puede añadirse la extraordinaria integridad y flexibilidad de su sagrado cuerpo. La flexibilidad es notoria, y puede asegurarse por muchas y varias experiencias. No ha mucho que á mi sabio amigo y chantre de esta iglesia, Don Mariano Oliveras de Plana, le fué preciso ponerle al Santo una sortija que le habia ofrecido la devocion de un particular; y al colocarla en uno de los dedos asegura que levantó y bajó su brazo y mano, como lo habría hecho en un cuerpo vivo.» (Viaje literario, tomo XVII, página 182)
Existe una biografía latina, o más bien dos, del santo. Pueden leerse en Florez, España Sagrada, vol. XXIX, pp. 472-499, junto con una colección de los milagros de san Olegario. En España y particularmente en Cataluña, se profesó en una época gran devoción al santo; aparecieron entonces muchas biografías de tipo popular, como la de Jaime Rebullosa, Vida y Milagros del d. Olaguer (1609). Ver también Acta Sanctorum, marzo, vol. I. En la imagen: sepulcro de mármol de san Olegario en la catedral de Barcelona; el cuerpo se expone, cubierto con sus vestimentas episcopales y en una urna de cristal, cada 6 de marzo.