Es un «hijo de nadie», abandonado desde el nacimiento. Recogido y llevado al monasterio benedictino de Soissons, estudia luego en el monasterio masculino de la misma ciudad. Radberto es su nombre alemán de bautismo, más tarde él tomará el nombre romano de Pascasio, como era costumbre hacer entre los literatos de su tiempo. También recibió la tonsura, entrando así en el estado eclesiástico, pero sin órdenes aun; aunque en Soissons por aquel tiempo se lo conoce más como un vividor, que anda metido entre juerguistas.
Pero a los 22 años lo vemos en el severo monasterio benedictino de Corbie, en Amiens, que tiene por abad a un futuro santo: Adalardo. Guiado por él, Radberto reemprende los estudios: el brillante literato deviene ahora mestro de teología, comentador de la Escritura y de los Padres de la Iglesia. Acompaña a Adalardo a Sajonia, donde éste funda un monasterio «gemelo» de Corbie. Después -siempre en Corbie- Radberto llega a ser director de estudios, y finalmente abad. Los monjes lo eligieron a pesar de que no era sacerdote; y por modestia no lo llegará a ser, deteniéndose en el diaconado. Pero es duro ser abad en Corbie. Las controversias doctrinales dividen a los monjes, y esto es grave, aunque normal allí: hay verdadera pasión en las partes en conflicto. Más graves aun son las intervenciones del poder regio, que hace «regalos» al monasterio, pero luego exige la contrapartida. El rey de Francia, Carlos el Calvo, quiere obligar a Radberto a admitir en el monasterio a su primo, que ya había sido echado por indignidad. Radberto lo rechaza y se va, se va de su cargo y de Corbie. Es el año 851.
Pero los monjes lo reclaman y vuelve; aunque pacta no volver a tener cargos. Ha participado en concilios, tratado con soberanos, predicado en las misiones, ahora quiere ser monje y nada más. Oración y estudio hasta el último día. Escribe tratados sobre teología eucarística, estudios sobre la Madre de Jesús, vidas de santos, comentarios a textos bíblicos, Y entre eestos últmimos el más amplio, uno dedicado al Evangelio de San Mateo, que será citado en el siglo XX por el Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia (Lumen Gentium). Cercano ya a la muerte, pide a los monjes no pensar en conmemoraciones; de los relatos sobre su vida: «no merezco ser recordado, olvidadme». Y se hace sepultar en el campo de los pobres y de los servidores del monasterio. En 1058, sin embargo, su cuerpo fue trasladado a la iglesia abasial con honores reservados a los santos, y se establece el 26 de abril como fiesta anual. Escapados en el siglo XVIII a la devastación de la Revolución Francesa, los restos serán depositados en la iglesia parroquial de Corbie, donde se encuentran aun hoy. Fue oficialmente canonizado en 1073, época en la que el procedimiento de la canonización recién se estaba comenzando a formalizar.
Traducido para ETF, con escasos cambios, de un artículo de Domenico Agasso en Famiglia Cristiana.