Pedro nació en Verona, en 1205. Sus padres pertenecían a la secta de los cátaros, una herejía muy semejante a la de los albigenses, y heredera del maniqueísmo, que negaba, entre otras cosas, que Dios hubiese creado la materia. Pedro asistió a una escuela católica, no obstante la indignación de un tío suyo, cuando supo que el niño, no sólo había aprendido el Símbolo de los Apóstoles, sino que defendía el artículo «Creador del cielo y de la tierra». En la Universidad de Bolonia Pedro tuvo que hacer frente a todas las tentaciones, pues sus compañeros eran muy licenciosos. Pronto decidió solicitar la admisión en la Orden de Santo Domingo y, en cuanto tomó el hábito, el joven novicio se entregó ardientemente a las prácticas de la vida religiosa, que comprendían el estudio, la lectura, la oración, el cuidado de los enfermos y la limpieza de la casa.
Más tarde le encontramos dedicado a la actividad de predicar en Lombardía. Una de sus mayores pruebas fue que se le prohibiese enseñar y se le enviase a un remoto convento, pues había sido falsamente acusado de recibir extraños y aun mujeres en su celda. Un día, arrodillado ante el crucifijo, exclamó: «Señor, Tú sabes que no soy culpable. ¿Por qué permites que me calumnien?» La respuesta del crucifijo no se hizo esperar: «¿Y qué hice yo, Pedro, para merecer la pasión y la muerte?» Avergonzado y consolado a la vez, el fraile recuperó el valor y, poco después, su inocencia quedó probada. A partir de entonces, su predicación tuvo más éxito. Pedro iba de pueblo en pueblo para sacudir a los negligentes, convertir a los pecadores y reconquistar a los que habían abandonado la religión. A la fama de su elocuencia se añadió pronto la reputación de sus milagros. En cuanto aparecía en público, la multitud se apretujaba junto a él para pedirle la bendición, para presentarle a los enfermos y para oír la Palabra de Dios.
Hacia el año 1234, el papa Gregorio IX nombró a Pedro Inquisidor general para los territorios milaneses. El santo desempeñó su oficio con tal celo y eficacia, que su jurisdicción llegó a extenderse a casi todo el norte de Italia. En Bolonia, Cremona, Ravena, Génova, Venecia y aun en la Marca de Ancona, predicó la fe, discutió con los herejes, desenmascaró los errores y reconcilió con la Iglesia a quienes la habían abandonado. Sin embargo, Pedro sabía perfectamente que sus éxitos le habían ganado también muchos enemigos y, frecuentemente, pedía a Dios la gracia del martirio. En un sermón que predicó el Domingo de Ramos de 1252, anunció públicamente que se estaba tramando una conspiración contra él y que su cabeza había sido puesta a precio, 40 libras milanesas. «Dejadles tranquilos -añadió-; después de muerto seré todavía más poderoso».
Dos semanas después, cuando viajaba de Como a Milán, dos asesinos cayeron sobre él, en un bosque de los alrededores de Barlassina. Uno de ellos, llamado Carino, le golpeó en la cabeza, y después se lanzó sobre su acompañante, un fraile llamado Domingo. Aunque herido muy gravemente, el santo no perdió el conocimiento y aún tuvo tiempo de encomendarse a sí mismo y a su asesino a Dios, usando las palabras de san Esteban. Después, si hemos de creer a la tradición, mojó un dedo en su propia sangre y empezó a escribir las palabras «Credo in Deum». En ese momento, uno de los asesinos le remató con otro golpe en la cabeza. Era el 6 de abril de 1252, y el mártir acababa de cumplir cuarenta y seis años. El hermano Domingo sólo le sobrevivió unos cuantos días. El papa Inocencio IV canonizó a san Pedro de Verona al año siguiente de su muerte. Carino huyó a Forli, donde se arrepintió de su crimen, abjuró de la herejía, entró en la Orden de Santo Domingo y murió tan santamente, que el pueblo empezó a venerarle. En 1934, los restos de Carino fueron trasladados de Forli a Balsamo, su pueblo natal, en las cercanías de Milán, donde se le tributa cierto culto.
En Acta Sanctorum, abril, vol. III, hay varios documentos sobre san Pedro de Verona; entre otros, la bula de canonización y una biografía escrita por su contemporáneo Fray Tomás Agni de Lentino. Ver también Mortimer, Maitres Généraux O.P., vol. III, pp. 140-166; Monumenta Historica O.P., vol. I, p. 236 ss. En el Catalogas Hagiographicus O.P. de Taurisano, p. 13, hay una biografía más completa. Fra Angelico inmortalizó a San Pedro de Verona en un famoso fresco del convento de San Marcos, en el que aparece con la cabeza herida y el dedo sobre los labios; pero existen otras muchas representaciones del santo, incluso del propio Fra Angelico: cf. Künstle, Ikonographie, vol. II. Ver S. Orlandi, S. Pietro martire da Verona: Legenda di fr. Tommaso Agni... (1952), y otras obras más recientes. El cuadro reproducido es de Lorenzo Lotto, de inicios siglo XVI, y muestra el característico espadín curvo clavado en la cabeza, que es la representación más habitual del santo.