«Un clérigo santísimo, Sisenando, nacido en Beja (Portugal), bajado a Córdoba, educado dignamente en la basílica de San Asisclo -donde descansan los cuerpos de los mártires-, estaba preparado para volver con su familia. Pero desde el cielo fue invitado por los beatísimos mártires Pedro y Walabonso, y también él se encaminó al martirio.»
Así, sin mayores preámbulos, nos coloca san Eulogio de Córdoba de lleno en la pequeña historia de san Sisenando, a quien pocas líneas más abajo, comparando con la brutalidad de los guardias, lo llamará «delicado efebo»; así que venimos a saber que se trata de un adolescente, clérigo -en la época se entraba en la clerecía ya con las órdenes menores, por lo que no sabemos si fue diácono, como afirma el Martirologio Romano (la palabra «levita», que utiliza Eulogio, puede entenderse específicamente como diácono, o con más frecuencia como el genérico «clérigo»)-, y que fue llamado al martirio.
Ése es el punto fundamental que le interesa a Eulogio transmitir, y que a nosotros nos puede chocar un tanto, e incluso contradecir nuestro modo de entender el martirio. Sisenando, al igual que la mayoría de los mártires eulogianos, se presenta espontáneamente al Juez islámico para confesar la verdadera fe y desenmascarar la falsedad del Profeta. Incluso en algún caso, como san Abundio, hace apenas unos días, el autor dedica una reflexión específica a mostrar que, aunque Abundio no se presentó espontáneamente al martirio, hizo «de la necesidad virtud», y una vez frente al Juez, se hizo acreedor de la palma de la victoria. Sin duda que a Eulogio y a muchos escritores antiguos nuestra doctrina firmemente establecida de que al martirio no debe llegarse por propia voluntad les sonaría casi ridícula. Sin embargo, no se trata de mera voluntad humana: para que el mártir conciba el deseo de serlo, debe estar específicamente llamado a ello: hay, para Eulogio, una auténtica vocación al martirio, que se valida por signos del cielo, y se expresa literariamente, por ejemplo, en escenas como la que leímos al comenzar esta nota: dos mártires se le acercan de alguna manera (visión, sueño, no lo sabemos), y lo invitan a acompañarlos en la gloria del martirio.
Eulogio no cede a la fácil tentación de adornar su escena con excesivo sobrenaturalismo, ¡ni siquiera con el esperable naturalismo!: no sabemos cómo fue esa invitación de los mártires, no sabemos siquiera cómo fue la primera confesión de Sisenando ante el Juez, ya que en el fragmento siguiente al que leímos, ya está en la cárcel:
«Mientras permanecía en la cárcel, inspirado por un espíritu profético, anunció con antelación el momento de su patíbulo. Así, cuando llegó el tiempo de responder a cierto amigo que deseó preguntarle, le escribió una tres o cuatro pequeños versos: atacado subitamente por una gran hilaridad -vivificado ya, en cierto modo, por la alegría celeste-, se levantó del lugar donde estaba, y al niño portador de la misiva (a quien todos los soldados de Cristo entregaban sus mensajes), le entregó el medioescrito tal como estaba, que se dice que muchos lo escucharon:
retrocede hijo,
que no aplastes con la fuerza de la compañía,
porque ya las potencias de las tinieblas me vienen a sacar,
ahora será exhibido degollado.»
Recuérdese que son unos «medios versos», apenas articulados, así que Eulogio los consigna sin completa concordancia gramatical, pero su sentido es perfectamente claro: así como lo invitaron al martirio los dos mártires Pedro y Walabonso, ahora un espíritu de profecía hace saber al resto del mundo la veracidad de la elección divina, y por tanto la impiedad de la compasión humana por su muerte. La primera escena era para Sisenando, la profética es para los espectadores, y entre ellos, nosotros.
Como la profecía contiene ya la descripción de cuál será el modo concreto de la muerte (por degollamiento), no necesita detenerse en detalles de la escena -Eulogio no abunda en imágenes sangrientas ni se recrea en torturas-, y más bien se explaya en reafirmar su doctrina del martirio como una vocación específica:
«Después de esta profecía, mientras él permanecía quieto en el lugar, llegaron en ese mismo momento guardias gritando, y lo condujeron con furia al lugar donde se consumaría el martirio, dándole bofetadas y puñetazos. Proseguía el siervo de Dios glorificando en su alma, cierto de la corona de la victoria, puesto que había sido invitado al celeste banquete por los santos que le habían exhortado. Y así, presentado al juez, permaneciendo en la misma santa confesión que al principio, el delicado joven recibió una gloriosa muerte, y sus restos fueron arrojados fuera del palacio -el 16 de julio, jueves-, al descampado.»
Finalmente, tal como tras estos santos que lo invitaron y tras este espíritu profético que interpreta su muerte, está el Dios verdadero atestiguado en el martirio, el mismo Dios corona el sentido de esta joven vida, que en criterios puramente humanos fue prematuramente segada, señalando milagrosamente sus huesos para que puedan formar parte del tesoro de los santos, y así como en San Asisclo comenzó la formación de este mártir, en San Asisclo descansa su corona:
«Tras muchos días, le dio Dios a unas mujeres descubrir los huesos escondidos entre las piedras; y los llevaron a la camara de los mártires de la basílica de San Asisclo.»
Sólo resta agregar por nuestra cuenta, que las religuias de san Sisenando, junto con las demás que se suponen pertenecientes a los mártires de Córdoba, se veneran hoy en la parroquia de San Pedro, en la misma ciudad.
El texto, emocionante como todos los relatos de Eulogio, se encuentra en el «Memoriale Sanctorum», la gran obra del santo, en el capítulo V del libro II. La biblioteca Cervantes virtual pone a nuestra disposición una edición latina antigua, de 1574, facsimilar, pero de buena legibilidad. He traducido el fragmento lo mejor que he sabido (no se trata de un latín demasiado académico), que espero llegue a transmitir algo del sabor original. En la Piadosa Hermandad del Santísimo Sacramento y Santos Mártires de Córdoba se sintetizan algunas historias de estos mártires (aunque realmente vale la pena tratar de leer directamente a Eulogio), y allí mismo hay algunas indicaciones bibliográficas.