Entre los sermones de San Bernardo hay dos panegíricos sobre un sacerdote y ermitaño, llamado Víctor, de Arcis-sur-Aube, en Champaña. Dice San Bernardo: «En el cielo ve ya a Dios a la plena luz de la revelación; pero su gozo inmenso no le hace olvidarse de nosotros. Víctor no habita en un mundo de olvido. El cielo no endurece ni estrecha los corazones, sino que los hace más tiernos y compasivos; no aparta ni distrae el pensamiento de nosotros; no disminuye, sino que aumenta el afecto y la caridad y hace que los bienaventurados se apiaden de nosotros. Aunque los ángeles contemplan el rostro del Padre, no por ello dejan de visitarnos y asistirnos continuamente. ¿Cómo, pues, podrían olvidarnos aquellos que convivieron con nosotros y que nos ven sufrir lo que ellos sufrieron antes que nosotros? ¡No! Yo sé que el justo me espera hasta que Tú me des la corona. Víctor no es como el copero del faraón, que olvidó a su compañero de prisión [Gn 40,22]. La estola de gloria que lleva sobre los hombros no extingue su misericordia ni el recuerdo de nuestras penas».
San Víctor, que nació en la diócesis de Troyes, fue un santo desde la cuna. En su juventud, la oración, el ayuno y la limosna constituían sus delicias. Después de su ordenación sacerdotal, el amor por la contemplación, a la que se había sentido siempre muy inclinado, le llevó a preferir la soledad a la cura de almas. El Espíritu Santo le dirigía. Víctor vivía en tan continua unión con Dios por la oración y contemplación, que parecía estar por encima de las condiciones ordinarias de la vida mortal. Dios le llenó de gracias y le concedió el don de obrar milagros; pero la mayor de las maravillas en Víctor fue el ejemplo de su propia vida, que convirtió a muchos pecadores. Víctor vivió en la soledad, en Arcis, cerca de Plancy-sur-Aube. Sus reliquias fueron trasladadas a la abadía benedictina de Montiéramey. Los monjes rogaron a San Bernardo que redactase el oficio de San Víctor y que compusiera un himno en su honor.
Ver Acta Sanctorum, febrero, vol. III. Prácticamente no existe ninguna fuente primaria sobre San Víctor, ya que, al parecer, San Bernardo le dio forma a una vaga tradición local.