Se cree que provenía de la región de Ardennes, en Bélgica. En el momento de su muerte violenta era párroco de Onhaye, en la margen izquierda del Mosa, y deán de Florennes.
Desde allí cruzó a Hastière para señalar su forma de vida al sacerdote que servía allí. Lo cierto es que Walhero no tenía ninguna jurisdicción en aquella iglesia, por ello algunos creen que el clérigo en cuestión era pariente de Walhero. Sea como fuere, su anfitrión, a pesar de que el santo lo reprendió, tuvo la amabilidad de llevarlo de regreso. Pero en medio del río aprovechó la oscuridad y golpeó a su huésped en la cabeza con uno de los remos, arrojó el cadáver al Mosa, y regreso a su casa.
El cadáver quedó atrapado entre los juncos de la margen izquierda, y allí fue descubierto por tres mujeres que estaban removiendo heno en el campo. Alertaron a los residentes locales y pronto se supo, por los milagros que obraba, que se trataba de un santo. Cada una de las iglesias cercanas reclamó la posesión de las codiciadas reliquias, incluida la abadía de Waulsort, que estaba muy cerca. Entonces se decidió dejarlo en manos de la naturaleza: El ataúd fue colocado en un carro tirado por dos vaquillas, que nunca antes habían sido uncidas. Sin falta se dirigieron a la pequeña iglesia de Waulsort y se detuvieron ante el umbral.
Basado en la noticia del santoral holandés, sin mención de fuente. La historia de las vaquillas se cuenta de innumerables santos. Como no podía ser de otra manera, dado que el santo es belga, los Bolandistas le dedican un extenso artículo con eruditas disquisiciones, en Acta Sanctorum, Junio, IV. Aunque en la catalogación tradicional es considerado mártir, no lo es en la clasificación del Martirologio Romano actual.
El tríptico reproducido se encuentra en la iglesia de Hastiere, en Bélgica, y es de 1911, cuenta los tres momentos de la historia: a la izquierda el santo y su agresor, a la derecha el descubrimiento del cuerpo y al centro el portento del transporte del cadáver.