No fue un personaje célebre, y su memoria habría desaparecido si no hubiera escrito sobre ella en sus cartas el propio San Jerónimo, del que Asela fue colaboradora. Cuando vivía en Roma, en los años de su madurez, Jerónimo reunió a su alrededor a un grupo de mujeres devotas y eruditas, cuyos nombres aún se pueden encontrar en el santoral: Paula, Lea, Eustoquio, Marcela y finalmente Asela. A esta dirige el santo erudito una carta (nº 45) que cierra el período romano de la vida de él: ya desde el barco que lo llevaba hacia Oriente desahoga su corazón con Asela explicando las causas que le llevaron a dejar la Ciudad Eterna.
La carta 24 del santo, dirigida a Marcela, de otoño del 384, está íntegramente dedicada a hacer elogio de Asela. Por esa carta nos enteramos que a los diez años manifestó su deseo de consagrarse a Dios, y poco después se encerró en una celda para hacer oración. Tan estrecha la celda como ancho el paraíso del que gozaba, dice el santo Doctor.
«Trabajaba con sus propias manos, sabiendo que está escrito: El que no trabaja, que tampoco coma. Con su Esposo [i.e.: Cristo] hablaba orando o cantando salmos, acudía a las memorias de los mártires sin ser apenas vista; feliz con su vocación, se alegraba sobre todo de que nadie la conociera.» (Jerónimo, ep. cit.)
Esa vida muy dura no debilitó su físico; por el contrario, a sus cincuenta años (la "ancianidad" a la que se refiere el elogio del Martirologio Romano), según el testimonio de San Jerónimo, todavía gozaba de buena salud, y era aún más sana de espíritu.
El historiador Paladio, nada afecto a san Jerónimo, también escribió sobre ella, veinte años después de la partida de Jerónimo de Roma, testimoniando su compromiso al frente de algunos monasterios.
Sus reliquias se encuentran en la basílica de los Santos Bonifacio y Alessio en el Aventino, en Roma, y en la iglesia de San Abundio, en Cremona.
Basado en la pequeña noticia de Santi e Beati y la lectura directa de las cartas 24 y 45 de san Jerónimo, Cartas I, BAC, 1993.