Por San Gregorio sabemos que esta santa, hermana gemela de san Benito, se consagró a Dios, según la tradición, desde su más tierna edad. No se sabe si vivía en su casa o en alguna comunidad religiosa, pero sí hay datos de que cuando su hermano residía en Monte Casino, ella se hallaba en Plombariola, probablemente fundando y gobernando un monasterio, a unos ocho kilómetros de distancia del convento de san Benito. San Gregorio nos dice que san Benito era superior de monjas y de monjes, y parece evidente que santa Escolástica debió ser la abadesa de las monjas dirigidas por su hermano. Tenía la costumbre de visitar a san Benito una vez al año, y como no estaba permitido que entrara al monasterio, él salía a su encuentro para llevarla a una casa de confianza, donde los hermanos pasaban la velada orando, cantando himnos de alabanza a Dios y discutiendo asuntos espirituales.
San Gregorio hace una notable descripción de la última de estas visitas. Después de haber pasado el día como de costumbre, se sentaron a cenar y entonces Escolástica, presintiendo quizá que no volvería a ver a su hermano, rogó que no partiera aquella noche sino hasta el día siguiente, para tener la oportunidad de pasar el tiempo dialogando sobre los gozos del cielo. Benito no era capaz de quebrantar sus reglas pasando una noche fuera de su monasterio y como resultaran inútiles los ruegos de Escolástica, apeló a Dios con una ferviente oración para que interviniera en su ayuda. Apenas había terminado su plegaria, cuando estalló una tormenta tan violenta, que san Benito y sus compañeros se vieron obligados a quedarse en la celda. El santo increpó a Escolástica con estas palabras: «Dios te perdone, hermana; ¿qué has hecho?» A lo que ella respondió: «Te pedí un favor y me lo negaste. Se lo pedí a Dios y él me lo ha concedido». Convencido Benito de la intervención divina, se manifestó dispuesto a hacer lo que su hermana deseaba y ambos pasaron la noche hablando de las cosas santas y de los bienaventurados que ya gozaban de una felicidad, a la que ambos aspiraban ardientemente. Al salir el sol, se separaron y tres días después, santa Escolástica murió. San Benito estaba en esos momentos solo en su celda, absorto en la oración y tuvo la visión del alma de su hermana ascendiendo al cielo con figura de paloma. Lleno de alegría, dio gracias a Dios y salió para anunciar a sus hermanos la muerte de Escolástica. Por mandato suyo, algunos monjes fueron a buscar el cuerpo y le dieron sepultura en una tumba que ya habían preparado. Allí mismo fue enterrado san Benito cuando murió y, como dice el cronista: «Fue así como un mismo sepulcro reunió los cuerpos de aquellos cuyas almas habían estado siempre íntimamente unidas en el Señor». Al parecer, sus reliquias fueron trasladadas a Francia en el siglo VII y depositadas en Le Mans.
No sabemos prácticamente nada de santa Escolástica, excepto los dos capítulos de Los Diálogos de San Gregorio, II,33-34, cuyo resumen puede leerse hoy mismo en el Oficio de Lecturas.